LA VEJEZ
Tenía 50 años, mi madre 80. Íbamos caminando yo acompasándome a los lentos pasos de ella. Cuando le pregunto, si no podía caminar más rápidamente. Me contesta que no lo cree, pero hace el intento y da unos pocos pasos más grandes, y para diciendo que no puede más. No lo entiendo. Pienso, es sólo abrir algo más las piernas para dar los pasos. Ahora 20 años más tarde entrando yo ya casi a los 70, enlentezco mis pasos al caminar.
¿Que pasó? ¿No era solamente abrir algo más las piernas para dar los pasos? Hay experiencias en la vida que si uno no las vive personalmente no las puede entender. Y una de ellas es el de envejecer. La mayoría de las personas le escapan a la vejez como a la peste. Buscan una cantidad de subterfugios, comenzando al no decir la edad. Se sacan de encima unos kilos de años. O coquetamente preguntan: ¿y cuánto me da? si uno tuvo la crudeza de preguntar y hurgar en un punto tan neurálgico, y como siempre le erro, prefiero no arriesgarme. Luego ya mucho antes de eso, empieza el teñido. Cuando me ven a mí con mi cabello totalmente blanco, me dicen, que a ellas también les gustaría mostrar sus canas….pero…..y ahí vienen las excusas “a mi esposo no le gustaría” o “a mis hijos” o “a mis nietos” MENTIRA!! ¿De quien es el cuerpo en donde una cabeza expone sus canas? ¿Del esposo, de los hijos o de los nietos? ¡No, es de ella! Y solamente ella tiene derecho a opinar sobre su cuerpo. Me van a objetar, Es verdad.
Pero quisiera ver a aquél hombre que se dejaría crecer un bigote o barba a requerimiento de su esposa, si él mismo no lo desearía. O a aquellos hijos de cortarse la melena que según sus madres los afean, o a los nietos a quitarse todos eses metales de la cara que sólo da pie a infecciones.
Así que no me vengan con cuentos. Ya soy demasiada vieja para creérmelos. Me parecen muy bien que se tiñan el cabello para aparentar menos edad, pero que tengan la madurez para admitirlo.
Cada vez que me miro al espejo y descubro una nueva arruga, no la festejo como un regalo del cielo, pero tampoco me desespero, porque se que es parte del envejecimiento. Si yo supiera fehacientemente que el teñir no sólo aparentaría quitarme edad, sino realmente me quitaría varios años, sería la primera en echarme todo un tarro de pintura encima. Pero eso no es verdad. Sólo aparentaría tener 55 o 60 pero mi cuerpo se quejaría por los 70 a los cuales llegó.
El problema no es que ya no puedo correr subiendo una escalera. Ahora los escalones los subo pausadamente uno a uno. Tampoco no corro más detrás de un bus para poder alcanzarlo. Ahora me digo filosóficamente “el siguiente no va a tardar”. Lo que me molesta es que el chasis mío encierra un motor que está bombeando desde el momento en que salió de la fábrica, ¡y ese motor tiene ya casi 70 años! En realidad no me debería molestar, sino admirar como esa obra de arte, en ningún momento dejó de funcionar. A veces se enlentecía por algún acontecimiento funesto, otras veces galopaba de felicidad y expectativa, pero nunca dejó de cumplir. Lo que me molesta es que las otras partes en ese cuerpo también están gastadas. Tomemos por ejemplo la vejiga. Ya los músculos no tienen la elasticidad para cerrarla. Eso es un gran aprendizaje. Se aprende a ir al baño con los primeros síntomas, a no reírse ni toser ni estornudar, a no tomar nada de líquido cuando se sabe que se va a salir y adonde va no hay baño cerca. A calcular las cuadras de una oficina amiga o una firma en la cual se puede usar el baño. Es un aprendizaje que se hace carne con el tiempo. Trata de no usar pañales, aunque creo que es necio, ya que uno nace usándolos y debería ser normal morir con ellos. Pero el problema menor es el cuerpo y sus menudos como en el pollo. Lo más importante es la mente. Hay muchos humanos sanos, jóvenes, que la mente la tienen según parece para dañar o de adorno para rellenar una cavidad que también podría haber sido llenada con paja. Por otro lado tenemos cuerpos deformes, que tienen que ser llevados de un lado a otro, pero una mente brillantemente activa. El caso más notorio es del físico y profesor británico Stephen Hawkins que hace 40 años está condenado a una silla de ruedas sin poder moverse. De él se puede decir que es ”una mente sobre silla de ruedas”.
Pero tomemos otros dos casos muy cercanos a mí. Mi tía pocos meses después de haber cumplido 90 años falleció al dormir la siesta. Una muerte envidiable. Ya hacía unos cuantos años, en los cuales aunque ella registraba todo alrededor, y se acordaba de su pasado lo que hizo y no hizo, pero no se acordaba lo que había ocurrido 5 minutos antes. A su familia la reconocía cuando venían a visitarla porque eran parte de su vida anterior normal. Uno la sentaba en un sillón, le daba una revista o le prendía el televisor, y se veía que no entendía lo que se movía ya sea en la pantalla o en las hojas. No tenía Alzheimer, sino simplemente un cerebro gastado, quizás se le llama “demencia senil”. Usaba pañales y bombacha de goma porque no se daba cuenta cuando se hacía encima. El olor la delataba y se la llevaban para cambiarla. En donde la sentaban ahí se quedaba quietita, se levantaba ayudada para sentarse en la mesa a comer, o ir a la cama a descansar. Falleció como dije pacíficamente. Por el otro lado tenemos a su esposo, mi tío. Tiene ahora 91 años con una mente muy activa, pero casi ciego y sordo. No puede leer, lo poco que lee lo hace con dos lentes de aumento uno encima del otro. El televisor lo pone a todo volumen y se sienta cerca para ver si puede entender y ver. El aparato que le compraron para la sordera, según él, le molesta por lo tanto no lo usa. Y ahora viene la tragedia. Él, cuya mente aún trabaja y registra todo lo que pasa, se da cuenta del deterioro de su cuerpo día a día. Pasó de ser un hombre muy activo a una persona que aunque no lleva pañales, por orgullo, (sí paños de cocina dentro de sus calzoncillos) está físicamente completamente acabado.
Ahora me pregunto: Quien fue más feliz mientras esperaba la hora final, (mi tío aún la espera) mi tía que no se daba cuenta más de nada que sucedía dentro de ella o fuera de ella, o mí tío que aunque con una mente activa va a los médicos que le recetan cada vez más píldoras (la última vez que lo vi, tomaba 24 pastillas durante el día) y que desea la muerte. Cada vez que se acuesta le pide a Dios que esa sea su última noche sobre la Tierra, y cuando se despierta tiene ataques depresivos al ver que aún está acá. ¡Sí, ésta es una pregunta muy difícil de contestar!
Por lo tanto la vejez es algo muy subjetivo. No es una enfermedad sino parte de la vida. El final de una vida que cada cual vive según le parece. No se debe escapar de ella, ni negarla, por más cirugías plásticas, mejor o peor hechas, según el bolsillo de cada uno, o teñidos o liftings para los bolsillos más pequeños que se hayan hecho. A mi me tomó casi 70 años llegar al punto en el cual estoy ahora, todavía firmemente parada sobre mis dos pies, aunque debo confesar que ponerme las medias me cuesta. Mi mente parece trabajar todavía. Trato de vivir la vida aprendiendo todo lo que puedo, haciendo las cosas, más lentamente, es verdad, pero no dejándolas de hacer, y agradeciéndole a Dios todos los días que me despierto porque es una nueva aventura que vamos a emprender conjuntamente, en donde el aprender y vivir depende solamente de mí. ¡¡¡DE NADIE MAS!!!
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