Uno.
Asegurarse que la vida llevada dejará al menos a alguien extrañándola. Podría ser que el algún momento de la posteridad alguien recordase con amor en las venas al ente descansante; en dado caso dejar cartas sin nombres, rosas sin tarjetas, pañuelos perfumados, eucaliptos secos y una carta con instrucciones para entregar a "la persona a quien más amé en toda mi vida"; evitar la decepción a toda costa.
Dos.
Al momento del acabose sea uno y otro al mismo tiempo una frase célebre (de preferencia propia) y un grito de frustración. Quienes observan entonces dirán que no deseaba morir, que amaba la vida a toda costa, que había cientos y cientos de admiradores tocando sus costados para saber que se sentía palpar a un guerrero verdadero de la vida; la prensa inmediata dirá a su vez que era un letrado, un sabio, un erudito, que entendía que nadie podía regresar una vez que Dios había tomado la decisión de llamarlo a su lado, que siempre supo que decir a quienes se quedaban estancados en el mundo de los vivos mientras su seres queridos pasaban a engrosar las filas de los difuntos.
Tres.
Al platicar con la muerte, en un café de la zona 1; pedir prestado un poco de su fría belleza para sostenerla el día indicado. Usar persuasión y humor negro arroja resultados satisfactorios en la mayoría de los casos, pero si se resistiera a toda especie de cinismos, ofrecer que sus rodillas sostengan su cuerpo delgado mientras del otro lado de la mesa la gente comienza a murmurar palabras inteligibles acerca del atrevimiento de "aquella pareja tan descortés" debe funcionar.
Cuatro.
Para muertes súbitas (decapitaciones, choques contundentes, disparos a la cabeza, etc.) cerciorarse que sea por causa especialmente complaciente para un grupo desvalido, un amigo, un pariente o (si se puede lograr) un maestro de la primaria. Nunca, bajo ninguna circunstancia morir de viejo. Cuando los pulmones se llenan de algún compuesto que no puede completar el intercambio de gases, la hemoglobina junto a los átomos de hierro entre sus proteínas se aglutinan en los alvéolos. El sabor a sangre que tapa las vías respiratorias, saliendo por la boca a borbotones negros (consecuencia de la oxidación al aire) es un buen incentivo para empezar a arrepentirse inútilmente por los pecados aparentes de la vida, sin embargo al hacer un recuento de todas las veces que se fue realmente feliz durante el tiempo que danzó y lloró en este mundo, las estadísticas lanzaran una grafica normal, con media justamente en la aceleración de los momentos, espontaneidad celestial de un arranque pentavalente; la desviación estándar se moverá por segundos nada más, jamás pasando a minutos, sólo hasta que la grafica no tiene dominio; recayendo esto en un sinsabor de la vida: “¡Ahhh…! Esos momentos, si pudieran volver.”
Cinco.
En el maravillo año de 1907, en el callejón de los judíos de esta ciudad mágica, se quitaron la vida cuatro jóvenes: tres médicos y un abogado. Un pacto de caballeros, de los que hoy no se tiene ni huella, hecho en la casa donde fraguaron el asesinato de un tirano de 30 años y su hijo, los obligaba a arrancarse la vida en caso de captura. Así con todo y títulos, levitas, cuadros, libros memorizados, noches en vela y labios esperándolos se pasaron plomo por los sesos, quitando el sentido a la creencia popular que no hay manera de saber como encarar a la muerte: “de frente, ¡Carajo!”. |