Entonces tu mano se fundió entre mis dedos temblorosos para fugarse con el tiempo... Te vi pequeña, con tu muñeca de domingo jugando en el umbral de aquella casa pueblerina, junto a tus hermanos sobre una bicicleta gritando en la vereda, frente a tu madre enojada pontificando un tiempo abandonado. Luego la juventud cortejando los encantos tan dispares de esas cuatro edades hermanadas, huyendo de aquel muchacho encaprichado con tu ser, en la confitería observando un baile ajeno, solitaria, menor, asustada de las hazañas de los otros. Taciturna frente al piano con un Bach apresurado entre tus manos, aferrada a las letras y las notas de un amor que todavía no llegaba. Después los casamientos, sobrinos, tu viaje a otra ciudad buscando liberarte, una amiga y el encuentro de aquel hombre que llegaría a ser mi padre. Tu boda, mi nacimiento, el sol abrazando las habitaciones, los fracasos, la felicidad atada al tiempo, mi adolescencia repentina, tus ojos perdidos en mi piel, el dolor, mi madurez entrando en el reposo, tus brazos rescatando los ecos de la muerte, papá agonizando, su despedida de mis ojos en una última sonrisa, la paz, los reproches, una nueva tentativa, la vida apoderándose del todo, más soledad, tu dedicación eterna al trabajo, mi flamante casa, recuerdos de momentos, nuevamente la enfermedad gestando entre tus brazos como dos vidas coincidentes sangrando huellas solitarias.
Y tu foto de pequeña, adolescente, mujer, abuela sin serlo flotando en mi semblante para fundirte entre mis dedos temblorosos y ancianos, semejantes y distintos que aún perduran ramificados en otros más.
Ana Cecilia.
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