salgo de la cabina de teléfono con las noticias en los ojos... salgo con el tiempo muerto en la distancia. Allá lejos, bien lejos, donde el frío ahora es novedoso por la nieve, mis padres se convierten en ancianos con huesos dolidos y fantasmas del hijo pródigo ausente.
mi sobrino se convierte en un muchacho indomable y reo, vago y encantador. mi princesa escribe poesía y baila jazz. la otra más pequeña me pregunta siempre cuándo voy a ir.

trato de aceptar ese llanto ahogado del otro lado del teléfono porque un vástago a 12000 kilómetros es imagen de alguien que no es más que un viejo fotograma de maldades.

y sé que mi padre me recuerda en el aroma a café quemado, y las noches de refugio en su casa cuando borracho no llegaba hasta la mía.
sé que mi padre, ese hombre frío y distante que me separó del mal camino con frases mal aprendidas, recuerda cuando cada uno en su cuarto sintonizaba la misma radio de tangos, y al otro día yo le preguntaba si Pugliese no tocaba mejor Baldosa Floja que Troilo, y me respondía que Pugliese era como el gran guía y que Troilo era uno del bajo fondo, que entonces ambos lo tocaban mejor...

Y entonces en la lejanía, en la distancia, en este confabular de cosas que suenan tan simples, se me llena el alma de la grandilocuencia muerta sin tus largas piernas, ni tus enormes ojos marrones. Ni tu acento que me envuelve, ni tus caricias.

el consuelo de esta lejanía es saber que el puente de la vida, por suerte, nunca puede recorrerse hacia atrás, y que el remordimiento nunca es lo mismo que la culpa...