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Es sólo un niño. Un niño que camina por la vereda. Un niño que saluda a la gente con gran sonrisa y palabras que suenan agudas. Es un niño que moja sus pies al bajar a la calle y luego cruza apurado aunque no haya un solo auto a la vista.
Todavía sigue siendo un niño cuando entra en la plaza. Un poco tímido, se acerca a las hamacas y saluda a una niña. Ésta le devuelve el saludo y se ríe. Él también se ríe y pierde la timidez. Camina hasta ella y la toma de la mano, la niña vuelve a reírse y esta vez enseña los dientes. Blancos, muchos, todos en hilera. Mira sus manos entrelazadas, diez dedos, veinte dedos, una maraña de dedos. Tan hermoso.
Recién cuando se sientan sobre la arena comienza a cambiar.
Sus piernas y brazos se alargan y cambian de forma. Aparecen bolsas moradas bajo sus ojos. Aún tomados de la mano cambia. Ya no es un niño, es un hombre. Un hombre que camina rápido por la vereda. Un hombre que cruza apurado la calle, que entra intranquilo a una plaza y toma de la mano a una niña. Nadie percibe el cambio todavía, pero la metamorfosis está completa.
Es un hombre cuando saca de su bolsillo la tijera y sigue siéndolo mientras corta uno de los tantos dedos que se entrelazan con los suyos. La niña grita, la sangre corre y se filtra en la arena. El mundo parece detenerse y él, mientras tanto, disfruta de la escena. Siente el placer del poder, siente el fuerte temblor de los dedos que aún se cierran en los suyos, siente la respiración de la niña, que se vuelve pausada y débil. Suspira y no para de sonreír. En todo ese horror, no puede dejar de ser hombre.
De repente, la magia se rompe. Alguien le grita, una mujer rompe en llanto, el mundo cobra vida nuevamente. Toma el dedo, lo guarda en el bolsillo y corre. Corre como hombre. Con grandes pasos se aleja de la plaza.
Recién a las ocho cuadras se sienta. Jadea y el corazón palpita fuerte en su pecho. Poco a poco comienza a sentirse niño de nuevo. Sus brazos se tornan más chicos, sus piernas también. Siente desaparecer las bolsas moradas debajo de sus ojos.
Cuando ve pasar el coche patrulla se incomoda, pero se encuentra tranquilo. Ya es un niño. Un niño que camina de regreso a su casa, que habla con palabras que suenan agudas y alargadas. Un niño que encuentra una tijera y un dedo en su bolsillo y se ríe.
Estudia el dedo por un rato y luego lo arroja a una boca de tormenta.
Feliz, apura el paso.

Texto agregado el 14-03-2004, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-03-2004 Muchas gracias Yoria por lo dicho!! xysko
14-03-2004 Ufff, es tremendo, me gustó yoria
 
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