Ah! Que delicioso es descansar con el perfume pulcro del mar, acariciando los pensamientos furtivos de la juventud, aunque sea en este incomodo y viejo bote de tablas roídas, pero a fin y al cabo acogedor.

Ya me disponía a emigrar en migrar con mis pensamientos por otros rumbos, cuando divisé a lo lejos a una joven de pie frente al mar, con vestido blanco el que le llegaba por debajo de las rodillas y ondeaba con el viento al igual que sus cabellos negros, se veía dorada ante la luz del atardecer, era una imagen celestial, de repente interrumpió su quietud reflexiva para desvestirse frenéticamente y lanzarse al mar en su desnudez perfecta, sus senos firmes, redondos y suaves como el plumaje de un canario, su vientre virginal y los muslos firmes, toda ella suave como pétalos de rosa, propiamente llena de juventud, seguro afrodita tendría celos de aquella ninfa huida del bosque de los Eros.

Me quede allí oculto en el bote esperando que regresara para vestirse y así verla y saber quien era aquella la dueña ya de mi alma.

Salió del mar como una sirena hecha mujer con los cabellos goteando cristales sobre sus senos perfectos y yo sin poder ver su rostro, el sol encendía el mar y ella se tornaba aún, mas dorada, los rayos del sol fenecían y yo no podía ver su rostro, la veía todo ella sublime en su desnudez como un sueño y yo sin poder ver su rostro, el sol del atardecer mezquino me cegaba con sus reflejos, sólo el quería poseer aquella imagen.

Quise acércame a ella pero sabia que la asustaría y la perdería aún sin tenerla.

Se vistió y se fue dejando huellas de sus pasos tras de sí en la arena y yo me quede con una extraña sensación entre frustración y esperanza por el anhelo de volverla a ver y convertirla en la musa de mis sueños.