Él quería conocerla, para amarla.
Para descubrirle que todo el amor inimaginable existía y que él lo tenía, lo había escondido para ella.
Unicamente para ella.
Desde que la vió por primera vez lo supo. Toda la vida que le quedaba sería simplemente para amarla. Solo ella estaba destinada a convocarle el inicio de cualquier futuro de amante o de amado; de convertirlo en un amante satisfecho que vencería todo obstáculo que le impusiera la vida y emprendería cualquier proyecto, un triunfador al que nada podría detener.
Pero era un hombre tímido.
Y para amarla todavía tenía que conocerla.
Y nadie quiso presentarsela.
Nunca.