... dudaba en decirte algo, pero ya estabas en la puerta de mi casa, con tu hija, maletas y esos ojos mudos, expectantes y llenos de algo sin palabras, como: ¿puedo?. sonreí. te pregunté qué habías hecho. me respondiste que habías decidido vivir a mi lado. te dije que era una locura, que por ahora era imposible, que lo pensara mejor, etc, etc... tus ojos se soltaron de esa percha invisible y te mordiste los labios, los mimos que besé tantas veces. aún tenías a tu hija de no más de cuatro años a tu lado. ¿te llevo algún lado?. no respondiste. te jalé del brazo y te hice subir al auto, en silencio, como jalando una anaconda muerta... subiste y te canté una canción, la misma que tanto te gustaba. tu hija se durmió, pero tu derramabas lágrimas y más lágrimas, sufrías como si el cielo se hubiera rajado y yo era ese puñal, esa maldita cuchilla que quebraba todo el sueño de una de tus ilusiones... te dejé en la puerta de la casa de tus padres. no dijiste una palabra, pero, te pregunté si volveríamos a vernos. sí, respondiste. sonreí y arranqué el auto. miré por el retrovisor y te vi parada largo rato, como esas estatuas arrinconadas en un viejo clóset. encendí la radio del auto y traté de olvidarte... no pude. me arrepentí y volví al lugar en donde te había dejado. no había nadie. esperé una hora en el mismo lugar pero no volviste aparecer... subí al auto y regresé a mi casa. entré y encendí las luces. todo seguía igual, todo menos yo que tenía el puñal en la mano y no podía soltarlo... el teléfono sonó. eras tu. te amo, dijiste. respondí igual. colgaste. colgué. sonreí y me fui a dormir. tuve malos sueños. soñé con gigantescos bichos que se tragaban bichos más pequeños dentro de una pescera llena de agua verde y de piedras negras y brillantes; soñé con una parte de mi familia y todos tenían cuerpos diferentes pero caras iguales, pero, hablaban de manera escrita. me mostraban una hoja escrita y cuando la leía, escuchaba la voz de quien era. esta es mi hermana, decía, y así la pasé hasta que una ola gigante empezó a cubrir toda mi visión. corrí hasta llegar a la parte mas alta de un cerro, y vi cómo esta ola arrastraba a todos mis sueños e ilusiones... y allí te volví a ver. estabas con tu hija, una maleta, parada sobre una balsa, mirándome mientras un hombre vestido de negro navegaba con el bote. me fijé en su rostro y vi que tenía una careta, y esa careta era la mía. que raro, pensé. luego, desperté... apenas abrí los ojos te llamé por teléfono. respondió tu madre y me dijo que te habías ido de casa ayer por la noche, me dijo que vino un señor vestido de negro y usando mi nombre te ibas con él... colgué el fono. sonreí. estaba enloqueciendo, seguro que sí, estaba gravemente loco y nadie podría salvarme, nadie, excepto, esto, descargar este dolor, esta duda que no cesa de cortar cualquier certidumbre que se aplasta en mi alma... y ahora, aquí estoy, escribiendo lo que no debo de escribir pero lo hago porque me gusta y me siento mejor y porque me da la bendita gana de escribirte aunque jamás me vuelvas a ver ni a escuchar las canciones que tanto te gustaban escuchar, pero, a pesar de todo, te extraño, tanto o mas que cuando estabas frente a mí con tu hija y esa maleta en la puerta de mi casa, mientras la duda cortaba toda esa foto viviente, esa imagen que se borra día a día, noche a noche así como las nubes del alborear...
san isidro, julio del 2007
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