Alargo cada mañana mi mano al despertador, calzo mis zapatillas y bebo agua; todo lo demás depende del día. Nunca sé qué hacer antes; ¿desayunar o ducharme?. A veces mi perro quiere salir a la calle desesperadamente y lo primero que hago es ponerme cualquier cosa y salir con él. Sólo trabajo una hora al día de lunes a jueves, y el resto del tiempo voy a la universidad. Pero si tengo un día francamente horrible, prescindiré de esto último y me esconderé entre las sábanas de mi cama. Sin embargo, hace tres días que las rutinas se han roto; y como decía Primo Levi, la primera muestra de que alguien sobreviviría en un campo de concentración era ver cómo se aferraba a sus rutinas. Esta palabra tan fea salvaba vidas allí. Pero ahora hizo perder 200. Todos seguían rutinas ordenadas, amables, deseadas. Sus rutinas se rompieron, junto a las nuestras. Sus horarios, raros o corrientes, se difuminaron entre las vías al mismo tiempo que nuestros relojes se paralizaban ante el estupor. No todos íbamos en ese tren, pero el tiempo nos montó a la vez. Mi rutina, mañana, tendrá música de estación y andará, junto a muchas más, por vías de recto y único objetivo; la libertad y el espíritu que no olvida.