- ¡Afírmate!
Las últimas letras de la palabra fueron acompañadas por un desgarrador grito de desesperación. Luego un silencio. Luego, nuevamente un aullido casi inhumano, como salido directamente del infierno. Desde arriba, precariamente sujeto a la roca, Nelson veía con impotencia cómo los brazos y piernas de la Maca se agitaban sin control, buscando desesperadamente un punto de apoyo que detuviera su camino. En el rostro de Nelson se asomó una sonrisa.
Maca alcanzó a oir sólo las primeras letras de la palabra, pero adivinó su significado. "Excelente sugerencia, Nelson. Estoy tratando" pensó, aunque con palabras mucho mas agraviantes y desprolijas. De todas maneras, sus palabras ni siquiera alcanzaron a salir de su boca cuando sintió desaparecer de su mano el último trozo de roca que la mantenía suspendida a unos ochenta metros del suelo (aunque podrían ser veinte... no estaba muy segura). Primero una exclamación de sorpresa, ya que estaba, obviamente, muy sorprendida. Después un alarido de desesperación, ya que estaba, obviamente, desesperada. Perdió el control de su cuerpo. Veía cómo se agitaban sus miembros casi como los de un muñeco de trapo, pero con un poco más de consistencia. "¿Por qué pierdo el poco tiempo que me queda de vida analizando en estas estupideces?" pensó Maca, sin darse cuenta que incluso hacerse esta pregunta era una estupidez. Cada imagen, cada palabra, cada sentimiento que se atravesaba por su cabeza le hacía perder microsegundos preciosos de vida, que podría utilizar para hacer cosas realmente importantes, como rezar o arrepentirse de sus pecados.
Nelson vio con alivio cómo la cuerda que lo unía a Maca se tensaba violentamente. Preparado ya para el tirón, había sujetado su botín en una hendidura para tener más apoyo y soportar el golpe. Su tobillo se quejó con un colorido "crack", y como en una sinfonía de sensaciones, Nelson de pronto vio todo como detrás de un papel celofán rojo. Su boca se llenó de un gusto ácido y metálico, recordándole por momentos aquellas frías noches de invierno en que con sus manos enrojecidas por el frío juntaba granizos para echárselos en la boca. Después del "crack", un pequeño instante de silencio. Luego, lentamente, un agudo sonido empezó a crecer en su cabeza, como si alguien muy cerca de él hubiese golpeado un diapasón afinado en un Do sostenido. Luego vino el dolor. Sintió primero el entumecimiento correspondiente. Luego, como si tuviera el pié dentro de una olla con agua hirviendo. Poco a poco, o por lo menos así lo sentía Nelson, el dolor fue escalando por su pantorrilla hasta asentarse tibiamente en su rodilla. Sintió como las fuerzas le abandonaban, hasta que vio con alivio al otro lado de la cuerda que Maca se balanceaba de un lado a otro, alejada y a salvo de la pared de roca que escalaban. Olvidó el dolor por un momento, y ubicó sus pies y manos en una mejor posición para empezar el ascenso hasta un lugar más cómodo, y así subir lentamente a la Maca hasta que estuvieran seguros.
"Mejor que un quiropráctico", pensó Maca al sentir como todos los huesos de su espalda sonaban estruendosamente. El tirón de la cuerda había sido bastante fuerte, pero estaba segura que nada se le había roto. Movió con paciencia y cuidado cada uno de sus dedos, y se alivió al ver que todos respondían alegremente a su voluntad. Olvidó de inmediato sus cavilaciones sin sentido, y su mente volvió al "modo práctico". Estaba colgando de una cuerda, a varios metros del suelo y sin posibilidad de alcanzar la pared de roca como para empezar a escalar nuevamente. Si trataba de balancearse, podría hacer perder el equilibrio a Nelson, y entonces de vuelta a la caída y a los pensamientos sin sentido. Con la adrenalina haciendo borbotones en su flujo sanguíneo, miró a Nelson y le gritó sin mucha convicción:
- ¡Súbeme!
"Gracias por la idea, Maca. No se me había ocurrido" pensó Nelson, con matices mucho más violentos y ofensivos. Poco a poco se acercaba a la cumbre y al descanso del palpitante dolor que transformaba su tobillo en una masa de proporciones gigantescas. Metódicamente, colocó estaca tras estaca, subió con paciencia y profesionalismo hasta que, por fin, logró sentarse en la saliente de la cumbre. La vista era maravillosa, y por un momento recordó por qué estaban ahí. La pequeña caja que contenía el anillo, sus sueños de una vida familiar, le apretaba incómodamente en el bolsillo del pantalón. "Debería haberlo traído en mi camisa" pensaba Nelson, tratando de distraerse un poco de la imagen mental que se hacía al imaginarse a él mismo sentado al borde de un precipicio, y el cuerpo de la que sería su esposa colgando de una cuerda unos metros más abajo, como una bolsa de té en la orilla del tazón de un gigante. "Eso debe ser. Dios quiere tomar té de Maca" pensó, y no pudo evitar que se le escapara una sonrisa al imaginarse los monstruosos dedos de Dios sujetándole por el tobillo mientras oscilaba a su amada al otro lado de la cuerda arriba y abajo. Arriba y abajo.
Luego de varios intentos fallidos, gritos de susto y de dolor, y un suspiro profundo, Maca y Nelson estaban sentados en la saliente, cada uno con un cigarrillo en la mano. Maca miraba al horizonte. Ya había superado el miedo, y la adrenalina al retirarse le dejó con una profunda sensación de paz. Sentía que sus pensamientos fluían claros y rítmicos, como un riachuelo al final del invierno. Por el rabillo del ojo miraba a Nelson, y se daba cuenta del gran error que había cometido. Esta no era su vida. No la vida que quería, por lo menos. Ella no era de andar escalando montañas, saltando en paracaídas o tirándose de puentes con cuerdas elásticas. Ella no era ni una cabra, ni un pájaro ni una araña. A ella le gustaban las fiestas, los Margaritas del bar de la esquina, las pizzas en su cama mirando una película mala en el cable. Esa era su vida, o por lo menos la vida que quería. Nelson se sentía cansado, pero muy satisfecho. El viaje se había transformado en lo que a él le gustaba: una aventura. Había mirado en los ojos de Dios, y había vencido. Arrebató de las garras de la muerte a su amada, y lo había hecho ni más ni menos que con un tobillo lastimado. Se sentía feliz y orgulloso. Invencible. De todas maneras, no quería opacar esta victoria con nada más, así que decidió no proponerle matrimonio a Maca en ese momento. Tal vez durante una cena romántica el sábado, a la luz de las velas, donde por fin se cumplirían sus anhelos de tener una familia junto al amor de su vida.
- Maca, ¿qué tal si vamos a cenar el sábado? Así nos relajamos un poco y descansamos de nuestras aventuras.
- ¡Me parece excelente! Yo te paso a buscar, porque como te quedó el tobillo, no creo que puedas manejar.
"Tan considerada como siempre", pensó Nelson. "Así no le tengo que pedir que me lleve a mi casa cuando rompa con él" pensó Maca.
Ese sábado en la noche, Nelson recordó claramente su aventura en la montaña. Era exactamente igual. La única diferencia era que esta vez, el "crack" venía de su pecho, y esta vez, la cuerda se había cortado.
|