Una abeja zumbaba molesta en la ventana aquella mañana. Al parecer tenía problemas para diferenciar entre el frío cristal y la realidad, “como todos ahora” pensé yo al verla confundida golpeándose contra su brillante irrealidad… Salí de la cocina y me dirigí a mi cuarto, dispuesta a buscar partituras para sentarme al piano. Iba a ser una larga mañana sin papá (y sus corbatas) y mamá (y sus papeles) peleando en la casa. Busqué por todos lados, pero no logre hallar las hojas, así que me senté a improvisar algunas notas, mientras en la ventana donde hace poco zumbaba la abeja, empezaba a mostrarse un sol claro de mediodía.
Y bajaban lágrimas por mis mejillas mientras tocaba al piano. Ni con tanto sol el día parecía menos nublado a como me parecía a mi. Era como si todas las nubes imaginarias que yo creía ver en el cielo fuesen grumos de una taza de café. Al final del cuento, todo queda en nada, al final del cuento el piano canta y yo lloro, y al final del cuento yo seguiré siendo el centro de las peleas de papá y mamá. Al final, seguiré siendo yo el estorbo, que en las mañanas, mientras que en la casa se oía el silencio de la paz, tejía telarañas de tristeza en el piano y lloraba rabia en sus ojos…