Era yo de mirada esquiva. Le había visto yo tantas veces. Habíamos hablado, me había explicado algunos asuntos y el trato aunque siempre cordial, era distante. A fin de cuentas así era yo. Distante. Un día de repente, me topé con su mirada. Tras de esa mirada una sonrisa amable y atenta y luego de algunas conversaciones una compañía encantadora.
Poco importaron entonces las circunstancias. Mi mirada dejó de esquivar sus ojos y mis pensamientos e intenciones empezaron a correr a su lado con casi cualquier excusa. Un día le pedí un beso y no me dió uno, sino muchos. Descubrí en él un sabor exquisito. Descubrí en sus ojos profundos maravillas que no creí sentir de nuevo.
Las circunstancias difíciles, a pesar de lo edipico del asunto me muero por su sexo, por su madurez, por su experiencia. Hasta me siento niña de nuevo.
Pero es mas inteligente que yo y lo sabe. Sabe de sobra que no puede caer en demasiados peligros en estos años maduros.
Sabe que yo soy parte de ese peligro y por eso cuando me besa, me entrega mil emociones, pero se calla. Y yo, obediente, le sigo el juego y no le digo que dejo mi corazón en cada beso. Importa mas su boca, sus brazos y esos instantes que le ponen luz al diario quehacer de mi vida. Se que no estará junto a mí para siempre. Pero me ha regalado mas que un beso, la emoción del sentir vivo cada rincon de mi cuerpo y aunquee jamas le diga que lo amo con el alma, estaré aquí, para cuando el quiera. Sin condiciones