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El Billete
En los recónditos cinturones de pobreza en la ciudad del Distrito Federal, en la colonia Barranca del Muerto, habitaba una familia integrada por Don Erasmo Solano, su mujer Epifania y 7 hijos con edades escalonadas entre 3 y 10 años.
Jacinto era el hijo mayor y para infortunio de él, su niñez estaba transcurriendo entre las responsabilidades y el ardúo trabajo. Los oficios que ejercía eran muchos, cargador en el mercado de abastos, limpia-parabrisas, vendedor de paletas, pepenador de basura y el último, bolero o limpiabotas.
Las condiciones económicas en su familia eran precarias. Jacinto cada mañana tomaba su cajón y se lo colgaba al hombro y enfilaba a buscar zapatos sucios que sus dueños quisieran lustrar por la módica cantidad de $2 pesos.
En su estómago, únicamente se alojaba una taza de café y un mendrugo de pan que su mama repartía por igual a él y a sus 6 hermanos.
Era domingo, un buen día, por lo general la mayoría de la gente del barrio acudían a misa de 10 y después aprovechaban para ir a recrearse y comer en la plaza central, los niños jugaban contentos en los columpios del jardin. Las bancas se atiborraban de gente, y los globeros felices hacían su agosto, olorosos aromas se desprendían de los puestos callejeros en donde se vendían toda clase de fritangas y chucherías aderezadas con el polvo y el smog de esa gran urbe de hierro.
Jacinto llevaba ganados $30 pesos y apenas era mediodía, mentalmente hacia cálculos y para eso de las 5 de la tarde sus ganancias ascenderían a $100 pesos. Sentía una ligera emoción al imaginar el momento en que entregaría todo el dinero ganado a su mamá.
30 pares de zapatos más eran la meta, el estómago vacio no importaba. Recordaba una frase que había escuchado por ahí que dice que “de hambre nadie se muere”.
El plan resultó bien, eran las 5:14, cuando su rostro lleno de sisotes causados por la desnutrición se iluminó al contar todos los billetes y monedas y una gran sonrisa de oreja a oreja dejo entrever su dentadura al guardar todo en el bolsillo derecho y sentir que apenas cabía la morralla y los billetes de baja denominación, inclusive le era dificil caminar y decidió ir con el señor que vende fruta y le cambió todo el dinero suelto por un solo billete de a $100 pesos.
Jacinto contempló feliz el billete por unos instantes y lo guardó en el bolsillo trasero de su desgastado pantalón. Se dirigió a su casa pensando en los beneficios que aportaría a su familia ese billete. Sus padres trabajaban duro, su mamá de Jacinto bordaba ropa en la noches y lavaba ropa ajena durante el día, mientras que su papá era albañil con un sueldo miserable que no alcanzaba para nada.
Recorrió 6 cuadras del camino a su casa, y Jacinto sintió la necesidad de acariciar el billete e introdujó la punta de los dedos a la bolsa buscando el billete, pero ya no estaba ahí, pensó que alguien se lo había robado. Al examinar el bolsillo se dio cuenta de que el bolsillo estaba roto y por un hoyo el preciado tesoro se salió. Unas gruesas lágrimas brotaron y corrieron por sus mejillas, y un sentimiento de impotencia se anido en todo su ser. Apresuradamente se regresó por el mismo camino a buscar el billete, tenía la esperanza de que aún no lo hubiera hallado algún transeunte, examinó cada centímetro cuadrado, de ida y de regreso lo buscó y no encontró nada. Cuando empezó a oscurecer Jacinto ya estaba resignado, y dijo: “Ojalá que la persona que lo encuentre, sea una persona más pobre y que necesite el dinero”.
Terminando de decir esto se dirigió cabisbajo a su casa, en la oscuridad de la noche se percibían los ojos húmedos y brillantes de Jacinto, era una noche de verano y el clima era templado, reinaba la absoluta tranquilidad y solo el cantar unísono de los grillos rompía el silencio monótono.
De pronto se oyó un soplido muy a lo lejos, era un remolino que se acercaba vertiginosamente cada vez con más intensidad y arrastraba consigo todo cuanto hallaba a su paso. La espigada figura del remolino se formaba con polvo, hojas secas, bolsas de plástico, y en conjunto giraban en espiral al compás de una melodía que entonaba el propio silbido del viento.
Después como por arte de magia todo volvió a la calma, del cielo y muy lentamente a los pies de Jacinto iba cayendo un billete de $500 pesos, las pupilas del niño se movían de un lado a otro siguiendo el moviento zigzagueante del billete, estaba hinoptizado creyendo estar soñando, era mucha casualidad que pudiera ocurrir algo así.
Tomó con rapidez el billete y echo a correr a su casa a la máxima velocidad que sus piernas le permitieron, y aún con la emocion a flor de piel le contó a su mamá lo ocurrido, ella lloró y le dijo que había ocurrido un milagro, que Dios lo había recompensado por el acto de amor que se desarrolló en su mente y corazón.

Historia Real, dedicada a mi hermano Rolando.

Texto agregado el 09-07-2007, y leído por 152 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
10-07-2007 aaaa que precioso te lo juro, me hizo llorar y no juego...de verdad que hay gente que necesita mas de Dios que yo, aunque no justifico su abandono... Mis felicitaciones, pues en realidad, me enternecio, y me hizo recordar la dura infancia de mis padres, y abuelos, que pasaron por una situacion parecida. te dejo mis estrellitas 5*, aunque 5 son pocas. losergirl
 
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