Voy a hacer el intento de recuperar la tranquilidad mental.
Y, para comenzar, he de asumir que debí enfrentarme con esta situación hace ya tiempo.
Porque reconozco que, ahora, me va ha resultar difícil no engañarme...
Aunque voy a tratar de ser sincero con los sentimientos y con los recuerdos.
Nunca he sido bueno expresando mis sentimientos.
(De hecho estoy convencido de ser todo lo contrario)
Con los recuerdos es diferente.
(Pero tengo claro que los recuerdos sólo recogen lo que se les deja.
Y más aún los que quedan por escrito).
A pesar de que comprendo que ya es un gran paso hacer el esfuerzo de confesarme, a mí mismo, mentalmente...
sé que no me va ha resultar fácil encontrar la calma que ando buscando.
Por eso he decidido dejar escrita mi confesión.
Para no perder tan fácilmente mis intenciones.
Para no olvidar mi decisión de volver a la realidad.
Para tratar con mayor fuerza de librarme de una existencia imaginada.
Porque, tengo que reconocerlo, su recuerdo me hace daño.
Poco a poco entre sueños, desvaríos y alardes de imaginación he ido reconstruyendo la imagen de una persona realmente encantadora e interesante.
Y, aunque sea sólo en sueños, resulta agradable estar al lado de alguien así.
Pero, encadenado como estoy a este recuerdo...
¡A mí recuerdo fabricado!
ya no soy capaz de recuperarla a ella, o de recuperarme a mí, en la mirada de otras mujeres.
Ya no soy capaz de relacionarme con nadie... y cada vez me alejo más.
En realidad no es su recuerdo sino mis desvaríos los que no me dejan avanzar.
Cuando la perdí, me centre en su recuerdo.
¡La única forma posible de retenerla a mi lado!.
No pude aceptar la idea de haberla perdido.
Gracias a su recuerdo aún estaba aquí, conmigo.
Hoy he tenido el valor de reconocerme que, con mi imaginación, he ido matándomela de a poquito, muy despacio, por segunda vez.
Poco a poco, mi fantasía, ha ido fabricándome un fantasma a la medida.
¡Ese fantasma ya no es ella!.
Poco a poco he ido convirtiendo a su fantasma en una sombra que ya no me hace compañía.
¡Ni me deja encontrar más compañera!.
Su fantasma aleja de mi lado la posibilidad de crear otra relación, si no tan especial, al menos sincera.
Desde hace algún tiempo, cuando empiezo algo nuevo, en seguida me persuado de que no es real, de que no es auténtico, de que no es lo acertado.
Y todo porque, con la imaginación, la he ido matando por segunda vez.
Se me esta muriendo despacito.
No se muere como antes, cuando tuvo el accidente.
Esta vez no es fortuito.
La estoy matando de forma premeditada, aunque sin saber bien por que lo hago, al convertirla en algo que nunca ha sido.
La estoy matando...
¡y esta vez es para siempre!
porque estoy destruyendo su recuerdo.
Y, por eso, voy a tratar de destruir ese falso pedestal que en mi mente la he ido fabricando.
Por eso, ciñéndome a lo que considero estrictamente real, debo confesar que los rasgos que encontré más interesantes de la persona que conocí y que quise eran, principalmente, su independencia y su libertad.
Era una mujer libre, contenta, fácilmente propensa a cualquier entusiasmo y sobre todo femenina.
A su lado uno se sentía reanimado por su voluntad de vivir.
Su presencia me animaba y su confianza lograba que le abriese el alma hasta el punto de sentir que lo podía contar todo.
Nunca he vuelto a confiarme así con nadie.
Incluso, algunas veces, me he mostrado excesivamente reservado.
Desde el primer día se mantuvo abierta en todos los sentidos, sin el lastre de las inhibiciones, sin sentir la turbación de la vanidad.
Su modo de ser fue lo primero que me cautivó.
Poseía una seguridad que le era propia, en ningún momento daba la impresión de dejarte arrinconado.
¡En su forma de ser no había espacio para los reproches!.
Sólo, en muy contadas ocasiones, la encontré ligeramente enfadada.
Y, aún así, en esos instantes, también se podía hablar con ella.
No he vuelto a encontrar semejante bondad en el carácter.
Al resto del mundo, y yo me incluyo también, cualquier tontería le parece suficiente para comenzar una discusión.
(Y, una discusión absurda, suele ser el principio de un gran enfado).
Ella era distinta.
¡y conseguía que yo fuera diferente!
en todas sus discusiones dejaba abierta alguna puerta para el entendimiento.
Sin embargo, con frecuencia, no tardaba en diluir cualquier enfado con su buen humor y su confianza.
Desde el primer instante, sin saber aún nada de mí, me honró con su conversación.
Desde esas primeras horas llegué a querer a su persona tanto como la he querido, después, toda mí vida.
Tan sólo lamento no haber podido disfrutar más su compañía.
Hasta hace bien poco estuve lleno de amargura y resentimiento.
Hoy...
Bueno creo que estoy empezando a no ser justo con su recuerdo, mejor lo dejo para otro día... que ya estoy empezando a idealizarla otra vez.
!La idealizo a ella y me desespero yo¡
La costumbre, supongo. |