Mas se incorporó y sus párpados no se sellaron más y por las cuencas de sus ojos miré dentro de ella y en su calavera vi nacer la misma rabia que vomitaba yo desde hace tanto. Entre nosotros lontananza y en mi interior miedo de no volver a contemplarla. Entonces me alcé, tomé las sábanas y las doblé muy pequeñitas y con ella nos enjugué las lágrimas y le pedí perdón, un poco llorando, un poco tranquilo. Luego le di un segundo vistazo y éramos nosotros muy viejos, muriendo abrasados y a un lado Domingo, nuestro hijo imaginario y nuestros no nietos. Y en su cabello cano y liso una corona de flores blancas como ella, y en el cielo todas nuestras aves que venían a despedirnos gorjeando a un volumen imposible. Luego la mire otra vez más y éramos nosotros casándonos y estaban ahí todos nuestros borrachos y sonando una banda con estrepitosa música de gitanos y balazos a destajos y su tranquilidad y mi despelote mezclándose dulcemente en un caos de a ratos, donde cabían sus sueños quietos y mis aventuras despavoridas. Y nos dimos un último vistazo y lloramos muy sinceramente.

El cuarto entonces reapareció. La acompañé a su carro… la lluvia era ya tempestad, y la noche estaba muy espesa. Encendió el vehículo y antes que partiese le dije:

“si te mueres hoy, si muero hoy, quiero que sepas que te amo, pese a todo aún te amo”

Sonrío y se fue… yo me quedé con mi compañera lluvia y a mis pies nuestro jilguerillo muerto y la vida nueva