Ahí están, un poco alejadas de mí, mis tres compañeras de trabajo: Mar, Sandra y Ana. Escuchan a Trini, una de las clientas que es como de la casa. Nos cuenta sus anéctodas. De repente dice mirándome:
- Esa chiquilla tiene mala cara...
- Sí, está blanquita... - Comenta Mar mirándome preocupada.
Lo dicen de tal forma... como si yo no estuviera presente. Pero sé que Mar ya me tiene aprecio, que no lo dice con mala intención. Yo también se lo tengo. Es con la que mejor me llevo.
- ¿Te encuentras bien, Lorena?
- Sí, sí, tranquila Mar. - digo apresuradamente.
- Y tiene los ojos hinchados... - prosigue Trini como si todavía me siguiera mirando y haciendo una radiografía de mi cara.
- No llores chiquilla, ¿eh? Que no sirve para nada. - me dice Mar acercándose a mí y acariciándome el hombro.
- O es que no ha dormido o que... Bueno, ya sabes... - sigue Trini con sus predicciones sobre lo que me pasa.
Yo no digo nada. Enmudezco.
Recuerdo entonces esta mañana cuando me he mirado al espejo. Una ojeras tremendas se asomaban bajo mis ojos. Unos ojos hinchados como ranas. Y sentirme fea, casi tanto como ayer, tremendamente fea.
Ni el maquillaje han logrado el efecto deseado.
Las lágrimas de ayer han resistido al paso del tiempo.
Es raro que mi madre no lo haya notado... Tiene un cierto sexto sentido para esto.
Vuelvo a escribir aquí, en mi libreta. Son demasiados escritos en tan poco tiempo.
Y es que estoy cayendo de nuevo...
Parece que solo yo lo percibo... Sólo yo lo siento. Mejor, mucho mejor así.
Mi gente sigue con sus vidas y no pregunta siquiera qué pasa.
No importa, volveré a sonreír pronto, muy pronto.
Mientras continuaré con las sonrisas de cristal y algunas lagrimitas de por medio. |