HIMNO DE APERTURA.
"Vamos, alucinado", gritó una vez el Hombre ante una caravana
de querubines que se le encimaban con sus dardos.
Tensó la cuerda y un ósculo de ilustrativa sensatez
traspuso la corola de sus sueños.
Peregrino y ocioso, sin justificar tendencias pontificales,
dejó a un lado los corrillos, las exigencias de la época,
traspuso los laudos festinados y comenzó a aderezar tropos,
alegorías y sermones.
Impenitente llegó a desgarrar sonetos de martirizantes nieblas.
Hoy, qué inmensa vida interior, qué fuegos se atribuye,
qué ritual lo envuelve como a un tabú.
El poeta sigue en el temblor y el extasis,
ardiendo en la minúscula inmensidad de los elegidos,
con sus bromas, sus aciertos, presidiendo el ámbito
de los que en un crepúsculo cualquiera,
se destrozaron contra la belleza.
PLAZA DE ADAN (Alucinación)
Estampida de dios.
Corteza de la cruz
que el Hombre muerde
adolorido y exaltado.
La espada del angel
aguarda el momento
de cortar el hilo que une
el día con la sombra.
Sobre el lomo de Adán
la carga del mundo
y sus enigmas.
Adán frente a la puerta de la verdad,
a espaldas de su raíz.
La soledad de Adán como inmensa catedral
junto al vuelo de las palomas
que rinden en sus vasos de cristales furiosos
la sed de dios y otros olvidos...
mientras el angel huye
en la corola del cielo.
A TODA ESPERANZA.
Hermanos del absurdo y el silencio
aquí les dejo este esplendor,
esta herejía a los ojos de dios.
Este es el final y el principio
de la iluminación y el destierro.
Hereden mi voz de padre a hijo.
Aquí les dejo el drama y la comedia,
los frutos que se pudren en mi abdomen.
Les dejo esta vaciedad, esta puerta abierta
para que escapen del aire y de la sombra.
Mi silencio estalla en la elocuencia
de la luz que hace implacable
el amor y el crimen.
Recuérdenme alguna vez en el silencio del día,
ante una ventana enferma de amor
o en la mansedumbre de los arcoiris.
DILUVIO INTERIOR
Ven, no temas a las palabras
que arden en el Juicio Final.
Te ofrezco las líneas de los equinoccios
que marcan el origen del sueño.
Encierra en tus cavidades más entusiastas
el ojo del ave
que en el último canto
regresa a tus manos con una rama de laurel
en la revelación del hueso
y el heliotropo.
LA NOCHE Y SUS HERALDOS.
Y estos heraldos de fin de siglo,
Qué noche podrán liquidar
En su vasto carnaval?
El arco lanza la saeta al vacío
y las sombras le devuelven su inocencia y su furia;
queda tensa la cuerda en la secreta lápida
de este corazón.
Un fuego pútrido, como de gangrena
consume los halagos que
resplandecen
desde su rabia cotidiana.
Y estos Heraldos en este mes desorejado
hasta la médula
?no habíanse marchado ya con sus ropajes?
?No quedaron prendidos a otras resonancias?
Yo continúo tras las huellas de los otros
los que dejan las lanzas del odio,
los exabruptos de la ira.
Atravieso mi alma con esta saeta
que la noche envía
y sus jugos de angustia humedecen
la blanca luz que envuelve mi inocencia;
sus barajas duermen sobre mi camisa
colgada de la soledad.
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