Las sorpresas fueron el factor común que cruzó su existencia. Cuando todo evidenciaba que nacería una linda niña, asombró a todos al aparecer con el sello que identificaba su masculinidad. Sorpresa para él fue tener a su disposición a siete madres que le amamantaron, puesto que la suya no podía hacerlo.
Sorpresa fue saber que la chica bella que todos codiciaban, lo amaba sólo a él. Sorpresa fue también cuando lo dejó plantado frente al altar.
Sorpresa fue ganarse un automóvil en la Lotería y también fue sorpresivo el regreso de la rubia que le pidió perdón por el daño ocasionado, confesándole que ahora lo amaba de veras.
Sorpresa fue saber que la mujer aquella se quedó con todas sus pertenencias, de un día para otro y también fue una sorpresa saber que el hijo que él había criado con tanto amor, en realidad era producto de una infidelidad de aquella mujer.
Sorpresa fue saber que en el convento al que ingresó, algunos curas no tenían nada de virtuosos y que a Dios se le veneraba con oraciones y penitencias, pero a sus espaldas, el vicio estaba institucionalizado.
Sorpresa fue que, por tercera vez, la mujer regresara, envejecida y arruinada y –para su sorpresa- comprendió que él aún la amaba. Sorpresivo fue que, esta vez, no lo abandonara y también fue sorpresa que ella enfermara de improviso y falleciera de una letal enfermedad.
Sorpresa fue conocer a una mujer que sí lo amó con devoción y sorpresa fue ver aparecer al hijo que no era suyo, pero que había amado como si lo fuera. Sorpresa fue que lo invitara a beber una copa. La velada se extendió por largas horas y transitaron de bar en bar hasta la madrugada. La situación así lo ameritaba. Sorpresa fue encontrarse frente a frente a dos individuos de aspecto fiero. Sorpresa fue que el hombre aquel que no era su hijo, se defendiera con maestría, dejándolos tumbados.
Sorpresa fue salir de ese lugar, indemnes. Y así como todo en su vida fue sorpresivo, de esta misma manera sintió un dolor intenso en su pecho, producto de una bala que cruzó rauda para vengar la afrenta. Mientras la vida se le iba así, sorpresivamente, de los labios del desesperado muchacho salieron estas palabras: ¡No te mueras… padre!
Y esa última sorpresa se quedó atrapada en su entendimiento, antes que la existencia se le escapara así también, sorpresivamente…
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