El hijo no reconocido de mi imaginación

Ayer iba caminando por la calle y me paro un niño harapiento, de mirada dulce y casi adulta. Llevaba en su mano un trapo con el que ofrecía sus efímeros servicios de limpieza callejera de autos por solo unos centavos. Se exponía al rechazo de gente como yo, pero enfrentaba su realidad a sus diez años o menos.
Se presento como el hijo de mi imaginación, y me acuso de haberlo olvidado en un cuento que nunca acabé. Me acuso de abandono, de su condición de marginado. Al principio no lo reconocí, no sabía quien era. Pero luego me descubrí en él, lo acepté. Hoy lo incluyo en este modesto escrito, a fin de devolverlo a donde pertenece. Se llama Andrés.