Mi madre era maestra, maestra de las que les gusta enseñar, de las que disfrutan enseñando...Era muy religiosa, pero a su manera, no de ir a misa a diario, pero si de ofrecer al Dios que tanto respetaba el cien por cien de su corazón, que tenía el tamaño de un campo de amapolas.
No era mujer de rezos, pero tenía una forma muy peculiar de dar gracias por casi todo lo que le ocurría.
A la hora de comer, en casa de mi madre no se bendecía la mesa; ella dejaba caer siempre, indefectiblemente y como quien no quiere la cosa algo así...”estamos todos, tenemos comida y hasta huele bien...¡¡Que suerte tenemos!!, o quizás...”me ha salido bien y nos gusta a todos...¡¡Que suerte tenemos!!, cada vez introducía un comentario distinto, acabando con la misma coletilla; pero antes de terminar, una pequeña pausa y una sonrisa de oreja a oreja nos contagiaba a todos de la misma sensación que ella nos quería transmitir...teníamos suerte.
Cuando Volvíamos de algún viaje, siempre comentaba a mi padre, “hemos llegado, volvemos juntos y no nos han robado en casa, ¡¡Que suerte tenemos!!.
Incluso recuerdo alguna vez, en la adolescencia, que encontrándome cumpliendo reclusión domiciliaria por el incumplimiento de los horarios...se acercaba y decía, “el sábado que viene ya no estas castigado; podrás irte con los amigos y no tendré que aguantar la cara de aburrido que tienes...y los dos decíamos al unísono: ¡¡Que suerte tenemos!!.
Siempre encontraba alguna razón para sentirse afortunada o para que los demás nos sintiéramos igual; a pesar de los muchísimos palos que injustamente le iba dando la vida...Cuando murió mi padre, ella aun encontró el lado positivo; el pobre se fue sin que nadie, creo que ni el, nos enterásemos... sin sufrir ni hacer sufrir a los demás; lo que sirvió a mi madre para hacernos ver la suerte que habíamos tenido con la inesperada pero plácida muerte de su marido.
Lo único que temía mi madre era la inactividad; para ella la jubilación era algo insoportable; era quizás el único tema del que no le gustaba hablar Tenía auténtico pánico a no tener nada que hacer, a no ser productiva; a dejar de ver a sus alumnos, sus niños como ella decía.
Poco tiempo antes de llegar el temido momento del retiro, un tumor asesino y desbocado se la llevó en pocos días; aun le dio tiempo a decirnos: “no me jubilo, solo me han trasladado, ¡!Que suerte tengo¡¡.
Estoy seguro de que sigue enseñando en algún sitio...
¡!que suerte tenemos los que hemos tenido madre¡¡...
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