Recuerdo aquel día de diciembre. La primera vez que vi su rostro. Me encontraba en un lugar mucho más acogedor que su vientre; entre sus brazos. Más protegido de lo que me sentí en esos nueve meses en los cuales sólo escuché su voz. Vi sus ojos cansados y, al mismo tiempo, alegres de tenerme enfrente. Fue la sensación más maravillosa, el aroma más incomparable que pude sentir en mi vida. En ese momento supe que nunca me dejaría, que siempre estaríamos juntos.
Y así ocurrió. Cada mañana al abrir mis ojos me encontraba con los suyos. Recibía su cotidiano beso en mi frente, y me disponía a tomar mi desayuno para luego disfrutar por largo rato el latido de su corazón en mi oído. Todo el día nos acompañábamos, hasta el momento de ir a dormir, en cual su vista permanecía fija en mí hasta que mis párpados caían.
Nosotras éramos todo, no existía nadie más en este mundo para mí. Tan sólo su presencia bastaba para mantenerme tranquilo y feliz. Nadie podría, jamás, ocupar su lugar, ni el de mi padre.
Sin embargo, mi dulce educadora me enseñó que mi perspectiva no debía ser así. Había Alguien muy importante, tan perfecto, que verdaderamente mi vida dependía de Él. Me presentó a mi Padre y el de todos los que viven en este mundo.
Ha medida que fui creciendo y siendo más maduro pude ir sintiendo Su amor mediante todos los que me rodeaban. Podía notarlo en el cariño y preocupación de mis padres, vecinos y parientes. De esta manera fue que pude desarrollar la capacidad de ayudar a todos los que lo necesitaban, pues podía ver el rostro de mi Padre en ellos, que son mis hermanos. Tengo que admitir que no siempre el recibimiento por su parte fue el mejor, pero no me arrepiento de nada.
A pesar de esto, pude cumplir mi proyecto de vida. Siempre guiado por mi Padre, y con la compañía y apoyo incondicional de mi madre. Ella se mantuvo conmigo, siempre a mi lado ocupándose de mí y de mis asuntos. Tal como lo supe desde el primer momento, nunca me dejó solo.
Y hoy, en este sombrío y melancólico día, en el que he sido humillado, rechazado, golpeado, y olvidado por muchos, me encuentro en la cruz cumpliendo mi misión. Con dificultad, veo sus ojos llorosos y preocupados, y aún siento la sensación maravillosa del primer día en que la vi.
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