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el crepúsculo resbalaba y aquella joven, sola en la acera agujereada, disparaba ráfagas de arcoiris en miniatura. la miré otra vez, detenidamente. tal vez llevabamos una semana allí. mirando e ignorando, respectivamente. cuando mi mente, un páramo desde la reforma agraria decretada por el primer ministro f.,de segunda o tercera generación y por tanto desconocedora del noble arte de pensar, fue consciente del apego que sentía por la muchacha, ella, en vista de que yo había retrocedido ejecutando un doble mortal hacia atrás, no menos de diez u once centímetros, intuyó erroneamente que yo era una cabra y que estaba presta para un combate. la joven, aparentemente tranquila pese a estar gobernada su testa por una idea prebelica y bushiana, sacó de uno de los bolsillos de la amplia gabardina veigue una lechuga primorosa. entretanto bobo absolutamente bobo yo admiraba a la muchacha. ella se acercó un paso, luego otro. finalmente se detuvo frente a mi, a un metro y medio pensé sin calcular. arrancó, en lo que a mi me pareció un gesto rebosante de sensualidad, una lustrosa hoja de aquella, ahora lo veía, voluptuosa lechuga. a continuación me ofreció de la hoja. me puse a cuatro patas consciente de lo absurdo de la situación, y ya en harina aproveché para sonrojarme hasta las caries. extrañamente me sentía cómodo a cuatro patas, como si hubiese pasado largos periodos de mi vida en aquella elegante posición. ella volvió a tentarme con la hoja. me pareció natural probarla, así que al minuto siguiente estaba ramoneando cuanta hoja o brote se hallaba a mi alcance. con un gesto le pedí una cerveza. meneó levemente la cabecita y de su gabardina supermercado sacó esta vez un biberón. hummmmm he de reconocer que estaba delicioso. cuando ya saciado, entendí que la atracción que yo sentía no era ni remotamente de ida y vuelta quise levantarme e irme a mi casa de dos chimeneas y media habitación, tenía vecinos nuevos, unos tipos de metacrilato y chinchetas de colores: maricones. pero muy simpáticos oye. intenté en vano recuperar mi posición erecta. sudaba. la idea de no poder recoger la ropa en la tintorería me produjo una desazón que a punto estuvo de cortarme la leche del bibberón. intenté sacar un cigarrillo del bolsillo de mi camisa. imposible. estaba empezando a llorar cuando oigo berrear a la muchacha a mi derecha, puesta a cuatro patas. aquella cérvida de sex appel fatal me ofrecía sus cuartos traseros. con la ropa aún en la cabeza la monté, apoyandome con las patas delanteras en su lomo. dios mio nadie creería mi historia. yo no era capaz de acordarme de mi nombre, los recuerdos de mi vida apenas contenía el aborto de una nube de verano extracaaluroso. volvió a berrear, pedía más, mientras ajustaba el ritmo para satisfacerla pensé que los cuernos me daban otro aire.... |
Texto agregado el 06-07-2007, y leído por 231 visitantes. (1 voto)
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