Me levanto como resorte porque me vuelvo al reloj y veo que son las ocho de la mañana. Ya debería estar sentado en mi escritorio justificando el salario del día, pero sigo en la cama, echado como un holgazán. Me levanto rápidamente, pues. Ni siquiera me baño, yo que tanto me gusta, que es mi obsesión empezar el día limpiecito y acicalado, no por vanidad, que eso es para las señoritas o para los mujerucos, sino por higiene. Bueno, sí. Me doy una ducha rápida, pero digo rápida de veras, no como a diario que me tomo mi tiempo para sentir el agua bajo la regadera, acordándome de cuando era chamaco y me encantaba salir a mojarme bajo la lluvia, a pedalear la bicicleta bajo el aguacero; a brincar, a corretear las amigas, a echarnos puños de lodo bajo la tromba. Ya bañado, pues me seco; me pongo el talco, digo, el bicarbonato, bajo las axilas, que es donde más suda uno. El bicarbonato mata las bacterias, las que hacen que uno apeste, así que es más efectivo que los polvos Johnson & Johnson, y perdonen el anticomercial. Ya vestido, bajo al comedor para hacer un breve desayuno: vaso de leche con plátano, batido; huevos con chorizo y dos pedazos de pan de caja dorados en el tostador. Está todo oscuro, así que prendo la luz para preparar y zamparme la comida, a tragarme todo sin gustarlo porque ya ando a las carreras; llevo varios minutos de retraso y aún no llego a la oficia. Quinientas mil incidencias en lo que va del año, la cantaleta sempiterna de mi jefe. Una llegada tarde más, y lo ponemos de patitas en la calle. Se termina el contrato, ¡caput! A devorar, pues. ¡Chomp, chomp, chomp! Diez minutos después, salgo con urgentes zancadas a la avenida a esperar el autobús, pero me encuentro una inusitada soledad. Ni un auto, ni una carreta, ni un alma. El que madruga, encuentra todo cerrado. ¿Será feriado? No. Miro el reloj pulsera y ¡tómala!, son las tres y media de la madrugada. ¿Pues qué pasó, no que eran las ocho? No, vi mal el reloj despertador. Medio dormido, medio consciente, me equivoqué de hora y donde miré 8:00 debía mirar 3:00. Me regreso a casa, pero al dar la media vuelta y un paso, ¡sopas!, que me caigo en tremenda alcantarilla sin tapa. Me precipito a lo profundo, anticipando el golpazo que voy a dar sobre ese suelo al que no acabo de llegar; voy dando de vueltas sobre mí mismo mientras caigo y agarro más velocidad, y al fin mi cuerpo da tremebundo espasmo y despierto en la cama todo mojado de sudor. Medio adormilado, medio conmocionado, hago un reconocimiento del lugar y descubro el reloj. Las 3:00. Una comodidad, un sentimiento riquísimo de lasitud me inunda. Doy un bostezo prolongado y relajante. Una boqueada más y me entrego dichoso al sueño. ¡Qué bueno que todavía voy a descansar un rato más!, ¡qué bueno que todo fue un sueño!, ¡qué bueno que no tengo que preocuparme por llegar tarde al trabajo! Vuelvo a bostezar, y así entro en el más profundo, sabroso y reparador de los sueños. Cuando despierto, me encuentro con que de nuevo son las tres, pero de la tarde. Ahora sí estoy en problemas. |