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El vagabundo tiritaba en la estrecha calle, con mas de ochenta años; el hombre sabía que la muerte lo vislumbraba en esa fría tarde.


Una barba espesa tapaba una cara horriblemente desfigurada, algunos
huesos salían visiblemente entre agujeros como cuevas de su rostro.

Sus piernas, cortadas por la mitad (o bien amputadas a la altura de las radillas). ese día la muerte lo recibiría para darle descanso en su desgracia.


Un joven de mediana estatura pasaba por su lado y le echó unas monedas
mientras lo miraba con gran curiosid, una mezcla de asco y lastima.

- Hola chico, balbuceó el anciano desfigurado, un día también fui
atractivo. Me parecía a ti, con un pelo rizado y dorado, grandes ojos
azules, yo medía más de uno noventa, y mi musculatura era la envidia de quienes me conocían. ¿Quieres saber porque tengo ese cuerpo dijo. desfigurado?


- Y añadió tras una pausa.- Escucha mi historia pues no durare mas de una noche.

El adolescente se sentó a su lado, dispuesto a escuchar con una mezcla
de morbo, pero también de tristeza.

- Me llamo Juan- se presentó el chico.

- Yo soy Tomás, escucha y no interrumpas pues apenas tengo tiempo.

Al anciano se le ilumina su único ojo, cuando empieza a relatar los
hechos.

“Tenia unos dieciséis años cuando ocurrió mi fatídica noche. Como ya
sabes, era un portento de la naturaleza, practicaba el boxeo, y nadie me aguantaba más de un asalto.


Prácticamente todos los adolescentes de mi edad querían parecerse a mi.


El rey del instituto, el jefe de todas las bandas, un deportista y
alumno brillante que se tiraba cada día a las chicas mas guapas.
Esa tarde me propuse un nuevo reto, en el alcantarillado que empezaba
justo al salir de la escuela se encontraba sin movimiento durante mucho tiempo.


Se decía que lo habitaba un ejercito de ratas rabiosas, por eso estaba
en cuarentena y se preveía que un equipo lo desinfectara.

Pues, cómo no, me aposté con dos tipos que pasaría la noche en ese lugar
y que saldría por la mañana totalmente sano.

Me miraron alucinando y aceptaron mi apuesta, una buena suma de dinero. Como prueba me exigieron que debía llevarles al día siguiente el cadáver de tres enormes ratas.


Dicho y hecho, como el fantasma sin cerebro que me daba la adolescencia, no dejaba de realizar locuras como pasar noches en cementerios, escalar altas montañas, hacer surfing con olas imposibles
etc.

Todo servía para satisfacer mi ego y aumentar mi leyenda delante de las féminas:
“El típico macho ibérico que nada lo asustaba”.

Ese día llegué a mi casa me puse ropa deportiva y contándoles, a mis
padres que estaba en casa de tal amigo, acudí a la alcantarilla.

Prácticamente me encontraba caminando entre los angostos pasillos
mientras que, en el medio, se encontraba un río de aguas sucias.
El olor simplemente se presentaba de manera insoportable.
Todo tipo de ruidos escalofriantes me hicieron pensar por primera vez si no seria mejor abandonar la estúpida aventura.


“Tonterías” me conteste, después de la proeza serás una leyenda.

Me acosté en el lugar mas seco, con la linterna encendida. Me dije: “en cuanto pasen tres ratas me las cargo y fuera, ellos no sabrán si pasé La noche entera o no.”




Aunque en ocasiones nuestros planes se rompen por cualquier tontería:
en ese momento me dormí profundamente, sin duda el cansancio que
acumulaba tras caminar casi arrastrándome por esos oscuros túneles
pudo con mi resistencia.

Un grito infrahumano me despertó, con un sudor frío por todo el cuerpo. No sabia cuanto tiempo llevaba allí pero, sin duda, demasiado.

Alumbré al frente y comprobé, con horror, que mientras dormía se juntó
un ejército de ratas enormes justo enfrente mío.

Peludas y realmente negras, gruñían de forma infernal mientras enseñaban sus dientes verdosos.


Apenas me moví cuando supe que estaba acabado, uno puede oler su muerte esas fieras empezaron a correr gritando entre dientes y quedé
sepultado entre un montón de malolientes animales.

Ni te imaginas el horror que alguien puede sentir cuando notas como
estas bestias terminan abriéndose paso entre tus ropas.

Recuerdo, como si fuera en ese momento, que sentía el propio rostro
masacrado, esos dientes se clavaban en mi cuerpo y sentía la piel
desgarrarse mientras grandes chorros de sangre inundaban el lugar.

En ese momento una furia descontrolada se posó sobre mi, una fuerza de
ultratumba me sacó un grito, que en un momento paró a los animales.

Descubrí con horror que me encontraba sin piernas, un montón de esas
malditas bestias estaban devorando mis muslos arrancados, mientras
sonaba el crujir de los huesos.

No lo pensé, con esa furia que invadía, Apoye mi cuerpo sobre mis
sangrantes muñones y me lancé sobre ellas.

Atrapando entre mis destrozadas manos a los repugnantes animales,
lanzándolos con fuerza sobre la pared, se reventaban y tripas verdosas
salpicaban ese rostro mutilado.

Se abalanzaron de nuevo hacía mí, algunas se colaron entre toda la boca, o lo que quedaba de ella.

En esos momentos donde yo era una bestia más, porque el hombre cuando lo pierde todo y lucha con la rabia, cuando el cerebro ya ha sido dañado, entonces sale nuestra verdadera naturaleza.

Apreté los dientes y mastiqué a las ratas, mientras escupía sus verdosas entrañas al suelo, alguna incluso me la tragué como si de un bocadillo se tratara.

Cogí un fuerte palo y prácticamente aplaste todos lo que se movía a mi
lado, las pocas que quedaban vivas huyeron despavoridas.

Caí al suelo y me quedé allí esperando la muerte pero no, tuvieron que
bajar al poco tiempo a buscarme.

Al parecer, con uno de los que aposté, se sintió culpable y avisó a las autoridades de lo que pasó.

Lo demás fue increíble: salí en todos los periódicos como el joven que
fue devorado por las ratas.

Pero también ellos se preguntaban cómo pude prácticamente acabar yo solo con todo un ejército.

Fotos horribles adornaban todos los noticiarios donde se presenciaba un tullido, un hombre joven troceado tirado entre un millar de animales destripados con litros de sangre mezclada.


Sabes lo que paso entonces? - Pues que me operaron y sacaron ratas
muertas de mi estomago, mi rostro lo compusieron como pudieron, pero
como ves se me clarean los huesos de la mandíbula. Sólo me quedó, como puedes comprobar, media nariz………… además de terminar tullido toda la vida.


Cuando estornudaba, descontrolados mocos y sangre salían de mis
agujeros.

Todos aquellos que decían ser mi amigos no volvieron a mirarme……… mis
padres sí, pero como si fuera un monstruo.

Todo el cariño que tenía anteriormente a la tragedia, se desmoronó.


Incluso muchos se alegraban de mi desdicha, susurraban “se lo tiene
merecido por listo”.

Entonces me di cuenta de que, nosotros, los humanos, somos los peores
animales que nuestro señor pudo crear.

Me escapé de casa con mi silla de ruedas y muletas, y empecé a mendigar, no quería seguir viviendo en el infierno de malévolas miradas.


Seguramente podrían encontrarme, pero también se que seguro que mis
padres se alegrarían de librarse del monstruo, por eso puedo asegurar que nadie de ese barrio se interesó lo mas mínimo por mi destino.


Gracias a la lastima que provoco me he ganado la vida, viviendo bajo
puentes, con bocadillos y monedas que me tiran.

Te puedo asegurar que he querido vivir hasta el final porque aquel día
luché para vivir y nada me podía impedir llegar a la vejez.

Y ahora, chico, llega mi hora. Apenas el anciano terminó de decir esas palabras cuando un fuerte temblar lo dejó en silencio.


Juan se levantó, temblando, vio una pequeña rata que lo miraba atentamente y gritó:


-Ya le robasteis la vida, dejadlo en su muerte – lanzándole sin pensar un puntapié.

Después siguió su camino, mientras llamaba por el móvil a las
autoridades, para que se encargaran de un pobre mendigo que un día fue
amado por la misma sociedad que después lo despreció.

Las ratas no lo mataron, el mundo acabo con su vida.

FIN.

AP.

Texto agregado el 06-07-2007, y leído por 80 visitantes. (0 votos)


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