Un día “el tuerto” Braulio murió.
Su larga y exitosa carrera de ciruja se vio interrumpida una calurosa jornada de octubre, a las 8,45 de la noche sin que mediara aviso previo, por un conductor ebrio que se desplazaba en un Ford Falcon modelo 81, negro azabache, joya nunca taxi, con detalles de pintura, excelente mecánica, único dueño, papeles al día, según rezaba el aviso clasificado que apareció en el diario del domingo - que por cierto no fue tan caluroso como ese miércoles, culpa de la corriente del niño dijeron los meteorólogos – El bólido le descuajaringo de una vez, las dos patas, un brazo y media cabeza.
La muerte sobrevino, según atestigua el parte medico redactado por el facultativo de turno, del hospital de la zona donde fue trasladado luego del accidente – ya que trasladarlo antes hubiese sido un despropósito – y que quedo archivado para la posteridad, en el cajón de un escritorio que ya nadie usa, por un masivo ataque al miocardio, producido casi seguramente por el julepe recibido, ya que ninguna de las heridas recibidas por “tuerto” era mortal.
Por lo que colegimos que “el tuerto” Braulio murió, por uno de esos extraños designios del destino, donde una sucesión de casualidades, de por si inofensivas, se encadenaron hasta formar una causalidad que sumió al “tuerto” en la noche eterna.
La primera: que estuviese allí en ese preciso instante, citado por “el cabezón” Abel, a fin de festejar juntos la obtención de su titulo sudamericano mediano versión OMB.
La segunda: que el automóvil apareciese por su izquierda, justo del lado de su ojo enfermo lo que le resto visión lateral.
Y la tercera y la peor: que el dueño del Falcon, no hubiese podido concretar su venta esa tarde por una diferencia de centavo. Lo que suscitó en él una bronca descomunal en contra del fallido comprador, el invendible cascajo “y la maldita inflación que no le permite a uno hacer buenos negocios”. Y que para olvidarla, se detuviera en un boliche de paso para mandarse un par de tragos al coleto – solo un birra – que al final se convirtieron en media docena y que acabaron con su ira y con su lucidez.
En conclusión, lo que mato “al tuerto” Braulio fueron unas míseras “treinta monedas”.
Vicente Abril
Julio 2005
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