Toto y el Boby
Había una vez un gato que se llamaba Toto, pero a el le gustaba el nombre Wolfang, y así le gustaba que lo llamaran. Le encantaba cantar, y en las noches que la luna iluminaba el barrio como un reflector, Toto se subía a un poste de luz y empezaba a cantar: Miaaaaaauuuuuuuu…
Todos los vecinos se despertaban y empezaban a gritarle: ¡Gato desafinado! ¡Anda a maullar a otra calle, porque no nos dejas dormir!
Otros le decían ¡Si no te vas en un minuto te tiro con un zapato!
Otros directamente se lo tiraban. Y no solamente zapatos; así volaban medias sucias, restos de pizza de la cena y uno que otro despertador.
Pero Toto estaba lejos y ninguno daba en el blanco.
Una señora con la cabeza llena de ruleros le dijo a su perro, el Boby, que fuera a ahuyentar al gato así ella seguía durmiendo.
El Boby, que era más bueno que el pan, se acerco al gato y le pidió que se callara. Guau, guau. ¡Guau guau guau guau guau guau guau!...
Entonces Toto bajo del poste y se puso a charlar con el perro. El gato le dijo:
- ¿A vos no te gusta cantar?
- Me encanta. Pero cuando me pongo a despuntar el vicio, todos los vecinos se quejan y mi ama me reta. Así que no puedo cantar mucho.
- ¿Cómo te llamas?
- Boby.
- Con ese nombre nunca vas a llegar a ser famoso. Tendrías que buscarte un nombre como artístico como yo.-dijo el gato- A ver, a ver…. Podría ser “Simón du Perrier”. Que tal ¿te gusta?
- La verdad es que ta’ bueno. – contestó el perro.
- Si. Y podríamos salir juntos de gira a cantar por todo el mundo…
- Si, cantando canciones de rock, como el perro dinamita. Ese tema me encanta.
- No. A mi me gusta la onda melódica. Mi tema favorito es ese que dice: “seré la gataaaaaaaa, bajo la lluviaaaaaaa…”
En eso estaban Toto y el Boby, o Wolfang y Simón du Perrier (como más les guste), déle cantar a los gritos, cuando comenzaron a volar por encima de ellos proyectiles de todo tipo; zanahorias, peluquines, dentaduras postizas, despertadores, etc. etc. etc... Con la diferencia que los vecinos, con los ojos llenos de varices de no poder dormir y de bronca contra los cantantes, cada vez afinaban más la puntería. Solo basto que a Wolfang le cayera una pantufla en la cabeza y a Simón un porta sahumerio en el lomo para que salieran corriendo a más no poder por un descampado aledaño. Y nunca más se los volvió a ver en el barrio. Después de varios meses, llego la noticia de que un dúo formado por un perro y un gato se habían vuelto famosos cantándole el feliz cumpleaños a los chicos en sus fiestitas, y que ya los habían llamado de un montón de lugares de todo el mundo.
Y como pasa siempre, una vez que fueron famosos en otras latitudes, en el barrio donde habían nacido la gente se emocionó y se sintió orgulloso de sus hijos pródigos. Y, como pasa siempre, en la plaza les hicieron un monumento a estos artistas impresionantes...
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