Cuando la pequeña cabina teletransportadora viajó con su único pasajero miles de años atrás en el tiempo y se posó de regreso en su lugar de origen, ésta era una superficie seca y caliente. Su tripulante, estupefacto, no reconoció el lugar. Hasta donde alcanzaba su vista todo era aridez y el suelo agrietado denunciaba la falta de humedad; la lluvia no había caído en muchos miles, tal vez millones de años.
Consultó nuevamente la computadora de a bordo y el resultado y el lugar eran el mismo. Muy adentro en su interior un cosquilleo de terror lo hizo temblar levemente.
Miró el firmamento y un torbellino de nubes color rojo-violeta centelleaban en la lejanía a causa de los cientos de relámpagos que explotaban en su interior.
Buscó información adicional en su computadora personal, comprobando definitivamente lo que ya sabía. Ese lugar seco e inhóspito era su planeta tierra. Una inmensa roca sin vida flotando en la inmensidad del espacio y él su único habitante.
Talvez, pensó, la respuesta a ese cambio ocurrido en el planeta mientras viajó atrás en el tiempo se hallaba sobre su propio cuerpo. Ya había notado las quemaduras en carne viva sobre una amplia extensión de su piel y no se atrevía a creer que fueran producto de un escape en la batería de carga nuclear de la máquina. También la caída del cabello, espontánea y abundante confirmaba la idea de una posible contaminación por radiación.
Algo como un sutil escalofrío rozó la piel sana que aún captaba sensaciones cuando sin desearlo, una idea más aterradora que la de su infinita soledad se mostró ante sus ojos.
Fué millones de años atrás en el tiempo, mientras su máquina se posaba en un lugar durante la formación del mundo, cuando el escape de radiación nuclear contaminó y evitó que prosperara la vida futura en todas sus formas sobre el planeta tierra. De alguna forma, eso nunca lo sabría, pudo ser testigo y autor de la destrucción de la especie humana.
Asombro, impotencia y terror fueron tres sentimientos en uno aflorando instantáneamente como una mano enorme y pegajosa adhiriéndose a su cara, estrujando sus entrañas y apretando algo adentro de su pecho.
Intentó gritar, abrió la boca como nunca ningún ser humano lo hizo y sólo él pudo escuchar su propio alarido en todo el universo.