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Inicio / Cuenteros Locales / CAO / El último hombre y el fin de la historia*

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La nuez del revólver brillaba oscura sobre la parte superior de tacómetro del auto. Fukuyama llevaba casi toda la noche estacionado ahí entre arbustos y uno que otro árbol añoso, repasando una y otra vez el repertorio de problemas que desde hacía un tiempo lo agobiaban. Ni las pastillas que mes a mes le recetaba su doctor ni la medicina homeopática que era lo último con que había intentado zafársela eran suficientes a esas alturas de su vida. En casa de Fukuyama la cosa tampoco iba muy bien, ya ni el perro le ladraba, la cirugía de nariz le había quedado como el orto y a cada santo le debía una vela. Nada de otro mundo como él mismo solía decir, a no ser por su trabajo. Efectivamente, cada día que transcurría en la empresa era una tonelada de asuntos que resolver, los quintiles y los quinquenios lo traían loco. Entre los problemas más pesados estaban las deudas con los bancos por la caída del precio del dólar, la fiscalización por evasión tributaria de la cual era objeto que se traducía en una inclemente persecución de los perros sabuesos del Fisco, entre otras tantas. A esas alturas la úlcera lo llevaba prisionero a todos lados tanto como sus competidores que le seguían la huella de muy cerca. Toda su vida se traducía en dos palabras: ‘calidad total’. Sin embargo la mañana anterior mientras Fukuyama miraba las diapositivas en power point pasar frente a sus narices en medio de un auditorio repleto con otros gerentes, supo que con la ISO 14.001 no iba a poder, ya su vida no daba para vivir eternamente condicionado a las certificaciones esas. Por eso aquella noche mientras las nubes cubrían toda la bóveda del cielo el hombre no tardó en hacer estallar el arma sobre sus sienes. Todo el parabrisas quedaría manchado con sus sesos. El humo del cigarrillo que dejó encendido a un costado suyo solo vino a cesar minutos más tardes, casi con el alba.


*Título extraído del tratado del mismo nombre del autor Francis Fukuyama.

Texto agregado el 13-03-2004, y leído por 1006 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
02-07-2004 Hace tiempo que leí este texto y no dejé ningún comentario. Hoy volví y repasé lo que había escrito en mi libretita. Buen palo para Fukuyama! La narración: impecable. Voy a tu escritorio. Máximo islero
20-03-2004 Dios, yo casi no pude con la 9000...como voy a poder con la 14001?...Y digo yo, quien certifica las ISOS de la International Organization for Standardization?...o ellos no lo creen necesario?. Un saludo. nomecreona
16-03-2004 Uffffff, que de cosas ha encerrado ud aquí m´hijo. La presión social por responder al estereotipo estético, las enfermedades y no los enfermos que rondan de consultorio en consultorio acumulando estudios sin encontrar respuesta, las normas de aseguramiento de la calidad reducidas a un cartoncito al que se aspira en lugar de formar parte de la educación, y dejando de ese modo el hombre fuera.Una pregunta encajando la bala en la recámara:¿el hombre es lo que hace?, un enorme trabajo, que me ha producido de todo menos risa. Calidad es lograr que la percepción supere a la expectativa. Este trabajo lo logra. Gracias por compartirlo.Un abrazo p/d, recuérdame que la próxima vez hable contigo, ¿si? Rayos! hache
16-03-2004 La realidad de las vidas de los que pretenden vivir como ricos y ser gerentes del mundo. Por momentos compartí el abrumo de aquel aprisionado hombre de nombre Fukuyama. Excelente relato, como me lo esperaba. Cariños carolinaeme
13-03-2004 Pobre hombre, el cuento muy bueno, !que descripción! yoria
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