Nunca pasa el tren. Por mucho esmero que empeñe. Más allá de mi ceño fruncido y mis dientes nerviosos, de mis piernas al borde del quiebre o de las venas ansiosas. No importan mis puños asfixiando al aire mísmo hasta dejarlo sólo. La lengua torpe perdida entre lo inpronunciable y la austeridad enclaustrada tampoco ayuda. Nunca pasa el tren. Las idas y vueltas me conducen siempre hacia mis propios pies. El equilibrio a lo largo de los andenes se encarga de la deserción de mi significado, la volatilización continúa inminentemente esencial. El cuerpo se desliza descomprimiendo partículas sedentarias, las que no advirtieron las señales de la ausencia urgida. Sin embargo, la espera se acomoda a curiosear el paisaje, plácida apacible parsimoniosa indolente apática perezosa. Absurdo estimarme.

continuo
entidad terrestre
nunca pasa el tren
(amputar los cables)
nunca pasa.