Las gentes del pueblo decían, que en la antigua mansión de los Caporal sucedían cosas raras, que por las noches se oían ruidos extraños y luces inexplicables pasaban por sus ventanas y que Felicitas Caporal, su única ocupante, tenia un pacto secreto con las fuerzas de la oscuridad y que en las noches sin luna espectros descarnados rondaban la casa y era entonces cuando se podían oír con mayor claridad, el estrépito de puertas al cerrarse con fuerza o el ruido de cadenas al ser arrastradas, por lo que a la caída de la noche eran pocos los que se aventuraban por el lugar.
Y así fue como el imaginario popular creo un halo de misterio y temor en torno a la mansión señorial y a su dueña, otorgándole un toque lúgubre y siniestro a un misterio que no era tal, puesto que lo único siniestro que envolvía a Felicitas era su propio miedo, un temor irreconciliable por su soledad y su abandono, terrores que por las noches venían cabalgando hacia su animo a caballo del insomnio y que para conjurarlos trancaba puertas y ventanas reforzándolas con gruesas cadenas, recorriendo la casa de ambiente en ambiente, llevando en su mano una palmatoria, cuya vela encendida, daba a la escena ese toque lúgubre que tanto atemorizaba a sus vecinos y que no tenia mas función que la de alumbrar sus noches, luego que la energía eléctrica le había sido cortada por falta de pago, en realidad, no era la boleta de electricidad lo único que Felicitas había dejado de pagar en los últimos tiempos, puesto que se había ido atrasando ostensiblemente en el pago de las cuotas de sus ilusiones, dilapidando su capital de esperanza a manos de la soledad, hasta que llegada la bancarrota de sus afectos, el destino la desahució.
Felicitas poseía una soledad hermética en la que no dejaba entrar a nadie, así que los pocos amigos que le habían quedado a la muerte de su esposo, al percatarse de su indiferencia poco a poco habían dejado de visitarla y desde entonces clausuro las puertas de su casa con cadenas y las de su corazón con olvido, sobre todo de si misma.
La antigua residencia de los Caporal, era una construcción de estilo victoriano que databa de hacia dos siglos y que había pertenecido a su bisabuelo por línea paterna. Cuando su esposo murió, Felicitas se aparto del mundo perdiendo interés por todo incluida la casa, por lo que esta poco a poco se fue convirtiendo en una ruina de paredes desconchadas y grietas que llegaban hasta sus cimientos y que amenazaban con derrumbarla en cualquier momento, la decadencia de la construcción era tan evidente como la de su propia humanidad, su piel se fue resquebrajando y resecando a la par de su animo y sus ganas de vivir, el tiempo inclemente modelo su rostro como a arcilla fresca, maltratándolo y llenándolo de arrugas, hasta que termino por convertirla en una triste imitación de si misma, de la belleza de su juventud ya nada quedaba, los años viejos llegan pronto pesan el doble y duran la mitad y Felicitas lo experimento en carne propia, fue como si de pronto, la penumbra perpetua de las catacumbas hubiese anidado en sus cansados huesos, sumiéndola en un frió perenne que ninguna calefacción mundana podía remover.
Felicitas había amado a su esposo mas allá de todo lo comprensible, fue un renunciamiento voluntario e incondicional a su propio yo, para convertirse en una con èl, por lo que jamás pudo asumir su muerte y mucho menos comprenderla, no podía entender que la muerte fuese aquello, ese aislamiento y ese abandono en los que estaba inmersa, estuvo siempre convencida que llegarían juntos al final de sus vidas, compartiendo su vejez de la misma manera en como habían compartido su juventud, él no solo había sido su único amor sino además su único hombre y se había llevado su virginidad para dejarle a cambio años de una felicidad sin maculas, aunque quizás si hubo una pero de la que no era culpable y a raíz de ella su matrimonio no se vio bendecido con un hijo y ante esta carencia Felicitas lleno el vacío incrementando su amor por èl, un sentimiento que siempre fue reciproco y que causaba admiración entre quienes los conocían por su constancia y continuidad.
Èl siempre había sido un hombre enérgico y autoritario, que con los otros llegaba al limite del despotismo pero no así con ella, con la que era profundamente tierno y comprensivo y no dejaba pasar ocasión de demostrarle su amor y devoción, había sido exitoso en su profesión de abogado, aunque poco previsor, por lo que a su muerte su viuda había quedado en una muy mala posición económica, su éxito profesional había provocado no pocas envidias y resentimientos entre sus pares incluso entre los miembros de su propia familia, que veían en él a un trepador sin conciencia, aunque esto no era en absoluto así, ya que esa supuesta falta de escrúpulos no era otra cosa que indiferencia, la envidia de los otros no lo afectaba, sus injurias le resbalaban y sus calumnias solo lograban engrandecerlo, ya que lograban destacar sus virtudes al endilgarle méritos que no tenia o ambiciones que no poseía, pero con el tiempo esas habladurías comenzaron a hacer mella en él y su carácter sobrepaso toda prudencia y llego a la categorización de soberbia y ya no le importo mas que lo que el mismo pensaba y su vanidad satisfecha le gritaba a voces en sus oídos, que la envidia de los otros no era mas que halagos a sus sentidos. A Felicitas poco le importaba la opinión de la gente, conocía a su esposo y eso le bastaba, lo sabia generoso, aunque todos los demás viesen en él a un avaro, lo sabia fuerte, aunque otros viesen en esa fortaleza solo orgullo desmedido, lo sabia con los pies en la tierra, aunque todos lo creyeran un soñador. Cuando él murió, todo el mundo prefabricado de Felicitas teniéndolo como centro, se derrumbo como un castillo de naipes, desprotegida y sola quedo a merced de las habladurías, su animo decayó minando su fortaleza y comenzó a temerle a lo cotidiano, a las tormentas, al resbalón imprevisto, a los posibles accidentes, incluso al yogurt vencido, dando la sensación de que su valor haraganeaba en tanto sus miedos hacían horas extras y ante esto clausuro su casa y nunca mas volvió a salir a la calle dando lugar a mas habladurías, que hicieron que cosechara entre sus vecinos odios al por mayor y afectos al por menor.
De a poco, Felicitas fue construyéndose una vida inventada, llena de días innúmeros iguales unos a otros y que no contabilizaban el paso del tiempo sino de sus pesares, sus noches eran eternas y signadas por el insomnio, abrazada por el quemante silencio de su aislamiento, todos los días al amanecer reasumía la tarea de existir. Felicitas caminaba por la casa vacía con mirada ausente, buceando en el ancho mar de sus recuerdos y todo a su alrededor le recordaba a su esposo muerto. Un buen día durante uno de esos paseos a ninguna parte, se detuvo frente a la chimenea apagada y que ya nadie había vuelto a encender luego de la muerte de su esposo ¿para que? Si ya no había calor que pudiese entibiar su corazón y extendiendo la mano tomo la fotografía descolorida por el tiempo, que les había sido tomada en su noche de bodas y ahora ostentaba un crespón negro como recordatorio de sus ilusiones muertas, desde ella él atisbaba con su cara cerosa y una sonrisa prefabricada e histriónica dibujada en su rostro juvenil y ante la visión, un dolor indecible y taimado vino trotando hacia ella tratando de arrancarle lágrimas y se convirtió en galope intenso cuando el dolor la alcanzo, el llanto era siempre el último obstáculo que Felicitas Caporal tenia que vencer, de un manotazo enjugo las lágrimas que asomaban a sus ojos y estos se transformaron en dos ventanas que se abrían al mundo asombradas, en un senil asombro que venia desde el fondo de los tiempos y que nunca terminaba de conjurar. Incapacitada para olvidar, descargaba su dolor contándole sus penas en larguisimas y sentidas misivas, que guardaba en un arcón de su habitación, conjuntamente con las que él le había enviado a través de los años, durante sus cortas ausencias, ya que después de casados muy pocas veces se habían separado y siempre por cortos periodos, durante estas breves separaciones mantenían una correspondencia epistolar nutrida y constante, donde se contaban las vivencias de la jornada recordándose mutuamente su amor con frases hechas y sentimientos originales que los acercaban a pesar de la distancia.
Felicitas tomo al azar una de aquellas cartas amarilleadas por el tiempo y al releerla sintió como si a través de su lectura el pasado se trasladara al presente y hasta le pareció sentir su presencia y oír sus pensamientos y un intenso sentimiento de ternura la invadió entonces, era una ficción donde parecía que el tiempo se hubiese detenido, donde pasado y presente se confundían fundiéndose en uno y Felicitas cabalgo con su ensueño tratando de asir sus recuerdos con los garfios de la memoria, pero estos resbalaron de su mente y cayeron nuevamente en el limbo del olvido.
Haciendo la carta a un lado comenzó a bucear en el baúl, aferrándose a los recuerdos en cada objeto que sus manos tocaban. De pronto en la mente de Felicitas un pensamiento subrepticio comenzó a tomar cuerpo, creciendo y posesionándose hasta transformarse en radical y la embriaguez de la insanìa se posesionó de ella ¿pero cual es la línea que separa la lucidez de la locura? ¿o es acaso esta tan delgada que bastaría el movimiento de un dedo para rebasarla? ¿y por que estaría loca por moverlo o por pensarlo? ¿Y si la locura era inherente a su cerebro que culpa tenia su dedo? así pensando Felicitas emitió un profundo y resignado suspiro y quito el dedo del gatillo del arma que sostenía apartándola de su sien derecha.
Felicitas convivía desde hacia tanto tiempo con sus miedos que estos eran ya parte de su personalidad, permaneciendo agazapados en su ser arrinconando su animo, dispuestos a hacerse tangibles a la menor oportunidad y esto generalmente ocurría por las noches, cuando al amparo de la oscuridad venían cabalgando hacia ella con botas de siete leguas y saltando limpiamente las vallas de su razón le creaban un marco de ansiedad indecible y era entonces cuando se imaginaba, que el ángel de la oscuridad vendría hacia ella para cubrirla con sus negras y frías alas, dispuesto a arrastrarla hacia la morada de los sin retorno. Y al fin un día el ángel llego, pero no era el que ella tanto temía, sino uno aun mas inclemente e insensible y no llego volando desplegando sus alas al amparo de la noche, sino que lo hizo a plena luz del día, montado en un flamante Mercedes Benz color azabache, tan negro como sus intenciones y que fuera comprado con los capitales del despojo a sus pobres víctimas inocentes. Este abyecto ser no era otro que Angel Caporal, primo en segundo grado de Felicitas, que llegaba en compañía de un oficial de justicia y varios agentes del orden dispuestos a desalojarla de la mansión. El caso era que su esposo, en uno de sus tantos negocios fallidos, había contraído deudas que no podía satisfacer y acosado por los acreedores, había tenido que hipotecar la casa a favor de los miembros de la familia de su esposa, que le concedieron un préstamo extraordinario y usurero que jamás pudo pagar. Felicitas imploro a su primo pidiéndole misericordia, pero este hizo oídos sordos a sus suplicas y al fin esta tuvo que abandonar la casa casi con lo puesto. Y así desamparada y sin recursos, al no tener parientes o amigos que quisiesen hacerse cargo de ella fue trasladada a un geriátrico y hacinada entre otros seres tan desposeídos como ella misma.
De la antigua y céntrica casa señorial solo quedaron los despojos, todo fue quitado, puertas, ventanas, paredes, hasta que esta al final se asemejo a un inmenso esqueleto de ballena descarnado con sus costillas al aire, a un enorme Leviatán mitológico, que se trago las ilusiones y sueños de Felicitas, para regurgitar en su lugar un moderno y frió shopping como un sacrílego e ilusorio monumento a la idolatría moderna. Los últimos años en la vida de Felicitas, representaron una cabalgata entre sus vivencias del pasado y el olvido, por lo que al írsele apagando el fuego de los recuerdos, su vida se fue extinguiendo lentamente, entre los rescoldos de fantasmas inexistentes y miedos renovados.
Murió una noche apaciblemente, sucumbiendo en una lucha sin gloria contra el ángel de sus sueños, que al fin llego para reclamar su alma cansada. Fue encontrada por la enfermera nocturna durante una de sus rondas, parecía dormida y una serena sonrisa se dibujaba en su rostro, por lo que todos pensaron que al fin había hecho las paces con sus temores. Lo que nadie jamás supo, porque ella se lo llevo a la tumba como secreto de ultima hora, fue que el ángel que vino por su alma aquella noche, no tenia las alas negras y frías como el de sus pesadillas, sino esplendentes y cálidas y que en el momento supremo, la tomo delicadamente de la mano para conducirla a través de un camino lleno de luz y paz, a cuyo final la estaba aguardando aquel que en vida fue su amante esposo y que la había llevado por un camino de dicha y felicidad durante su vida terrena y que ahora llegado el final del trayecto, estaba nuevamente allí con su sempiterna sonrisa, para continuar guiándola por un camino nuevo, un camino sin odios, temores u olvido, para volver a estar nuevamente juntos pero esta vez por toda la eternidad.
Vicente Abril
Agosto 2006
|