14600 marcas lo separaban de la libertad, 14600 días, 480 meses, 40 años, en los que arrastraba sus ilusiones muertas por aquella celda solitaria y oscura. A sus 60 años ya poco podía esperar de la vida, solo mas encierro, mas angustia, más sufrimiento callado acrisolado por su vacío interior. Pero aun así mantenía la esperanza. Durante sus largos años de encierro había malgastado sus noches soñando su libertad.
“…Esta sala lo condena a cadena perpetua” –había dicho el juez en los fundamentos de su extensa sentencia. Pero él solo recordaba aquellas palabras y a 40 años de distancia aun repercutían en su mente. Fueron palabras que lapidaron sus sueños juveniles, que acabaron por aniquilar su ánimo, hasta convertirlo en un triste despojo de si mismo.
Ya jamás volvería a ver el sol sino era a través de una reja. “Eso le decía su abogado” pero sus esperanzas le decían otra cosa y el continuaba soñando.
Hizo una nueva muesca en la pared, una nueva raya un nuevo día, un nuevo día una nueva esperanza muerta. El día anterior había llegado al límite de la pared con sus marcas y se decidió entonces por inaugurar una nueva pared en lugar de un nuevo renglón. Miro en derredor ¿Podría circundar la celda con rayitas? Rió ante la idea “Ni que fuera Matusalén”.
Levanto la vista y se quedo mirando la ventana de su celda, la cerraba una reja herrumbrada. Contó los barrotes, eran cinco, por un momento le parecieron las marcas que hacia diariamente en la pared, un pensamiento fugaz cruzo por su mente y la idea lo divirtió, podría representar una semana de laburo sin sábado ingles o descanso dominical. Que habría pasado si él hubiera anotado su tiempo en “semanas laborables” ¿Habría sido menor el tiempo que pasara encerrado? Es tonto pensó, unas rayas mas o menos no hacían la cosa “Esta sala lo condena a cadena perpetua”. Y lo perpetuo es para siempre e inmutable.
Pero para él no fue así y un día todo cambio y al fin le llego su tan ansiada libertad. La mano temblando por la emoción tomo el punzón del rincón donde descansaba y grabo la ultima incisión, pero esta no era igual a las demás, porque al habitual trazo vertical lo cruzaba otro horizontal con lo que se formaba una cruz perfecta. La señal era diferente como así también la mano que la ejecuto. Porque quien había trazado esa última muesca fue su guardián durante los últimos veinte años y la hizo mientras aguardaba que los camilleros acondicionaran su cadáver para llevarlo a la morgue.
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