He dejado pulcro el interior, se desvanecieron los sentimientos en uno solo. Pesan los párpados. He olvidado el nombre de alter ego, de todos los que habitaban dentro y convirtiénose en máscaras conversaban con el rio de sensaciones. Pesan las manos. He aspirado el denso humo de aroma frances del siglo diecinueve, y he pisado las estrellas tumbado en un diván. Pesa el alma. He fundido los estribos y olvidado el raciocinio entregándome a ésta flor. Me sitúo al otro lado del cerebro y hurgo el subconciente embotado de pintura. He visto a Baudelaire y a Gautier, luego a Morrison y Hendrix, y tumbado en la hierva de pomposos cojines quemo la pastosa mezcla que desata las musas. Ahora no soy nada y puedo serlo todo, olvido el cuerpo y el alma, la voluntad y el absoluto, olvido el peso, olvido el miedo, el bien y el mal, la supervivencia, el sueño... Aún así considero las barreras del nirvana inquebrantables.