Curioso destino el que se le presentaba, fuera de su reino. Esta vez había sido invitado por un compañero de lances pasados con el que había chocado semanas antes, esta era una tierra de gente sin patria, allí acudía el olvido deseando ser errante en otras tierras, buscando salvar su pasado a razón de arena y olvido; bonita manera de enfrentarse ala realidad!
No era así para un antiguo de la palabra, en cambio esta vez colgó su armadura , abrió las puertas de su castillo y dio senda a lo que se avecinaba; total, solo su piel pedía clemencia tras largas horas de sol y sal, en las rocas no anida la arena que tanto molesta a los viajantes….ja ja .
En el fondo de su pensamiento (ya que su corazón estaba igual que la Luna) una constante errante le ayudaba a engañarse para sentirse mas humano entre tanto desvarío.Tanto trovar diferente y largas horas de pan liquido le instigó lo tanto que añora uno al no llevar el peso de la vanguardia a la hora de cargar, esta vez no había objetivo alguno mas que explorar las profundidades del océano, las cuales le esperaban con tacita lucidez incluso en las mañanas mas espesas.
Los perros le ladraban aún en la distancia, ya que el aperreo era aun mayor que en su baluarte. No había tregua para tanta desinhibición, eso era un abandono que recordaba la soledad de su pensamiento con el alma que navegaba sin vela alguna en esos mares que le llevaban a puerto ninguno, no importaba nada,en esos días,su fruto diario era la mejor recompensa para volver a la carga al alba siguiente, cuando todo era calma en esos dominios.
La saciedad no estaba en su presente, nunca estaba lleno entre tanta alegría artificial, es decir, no era leyenda la que seguía su camino, sino un olvido innegable para tanto desenfreno. Después de esto, todo seria un buen recuerdo en los anales de su memoria.
Y así siguió en esa lucha sin dueño, claudicando sus males por décimas y disfrutando de los jaleos que despachaba por momentos. Solo espera que al volver a su reino todo sea tan claro como antes y el tiempo no se le vaya de las manos; ya que en esos tiempos solo el mar era tan constante como Kapricornio. |