Lidia y Lucas.
El cielo parecía caerse a pedazos, como un fruto descompuesto, gris y triste sobre una fuente multicolor. Las manos en los bolsillos, su rostro pálido con una mancha roja por nariz, parada entre temblores frente a la confitería, sin más movimiento que la gente al pasar, ella esperaba a un muchacho.
Cuando salió, respondió a su aguardo con una sonrisa y caminaron en silencio armonioso hasta la plaza. Sentados al fin, el suspiro viajó en el paisaje como un vapor enternecedor. Sus ojos extraviados no hallaban la forma de encontrarse, peregrinando árboles y cuanta hoja hepática yacía en las veredas.
“Debe estar pensando que me gusta, y ¡estoy siendo demasiado obvio!” Sus piernas vibraban al unísono mientras el paquete blanco de papel saltaba en respuesta a su nerviosismo entre las manos. “Me está mirando ansiosa… Debe tener hambre” Ofreció amablemente dulces de anís. Ella aceptó con un leve gracias y regresó a su mudez poco habitual.
“No sé qué decir, siento que las palabras me hacen arcadas, como un malestar urgente que debo eliminar, un ardor en el pecho que necesita extinguirse. Me gustas… pero suena tan simple, no es parte de mí, cualquiera puede gustar de ti. Te quiero, pero te lo he dicho antes sin esta extraña incertidumbre. ¿Qué es este incendio en el pecho, este tartamudeo idiotizado, esta estupidez jocosa que me impide hacer ilación alguna de mis pensamientos?” Ejerció en sí misma, una pausa emocionante “¿Amor? ¿Eres tu amor? Ay, si eres tu ¡da la cara, acércate, susúrrame, golpéame, haz algo! ¡Aquí sentada en este frío siento que moriré de, de angustia!, ¡Ay de mi! Te miro y pareciese que no me escuchas, todos los poros de mi cuerpo gritan ¡Te busco, mírame!” El sonido provocador de un ósculo despertó el corazón acongojado de ella. Abrió los ojos y frente a su nariz, estaba él con los ojos aun cerrados de éxtasis. “Me besó, me besó y no lo preví. Me besó sin reparo, sin advertencias ni preámbulos, llegaste así nada más, tan sabiamente escuchaste a este corazón paupérrimo de ti”
Emitió una risa apresurada y la sangre alcanzó rápidamente el recorrido hasta sus mejillas y allí permaneció por largos minutos.
“Te quiero” respondió al fin, ella permaneció con la cabeza apoyada en su pecho. “Te quiero tanto que te he besado, te quiero tanto así, que te he respetado por sobre todas las muchachas que he conocido, es tanto lo que te quiero, que he cubierto mis pensamientos y acciones tan solo para agradarte tal como soy” El silencio asesino acababa con sus esperanzas, sentía resonar en la vergüenza el eco de sus palabras. “¿Qué es lo que piensas?”
“Estoy aterrada, no por ti y menos aun por tu confesión que ha conmovido enormemente mi corazón acorralado. “¿Y entonces?” “Tengo miedo de haber encontrado el amor”
“¿El amor?” dijo con cierto pánico “¿Qué he hecho?, tantas expectativas en ella y me sale con esto del amor. No es que no la ame… No me siento preparado en lo absoluto” “Sí… Mira, yo sé que es probable no me ames para nada, pero he concluido que: las tonterías más hermosas ocurren entre dos personas enamoradas, las emociones más diversas ocurren en torno al amor, el hecho que dos miradas se encuentren constantemente en la eternidad es obra del mismo sentimiento, aquel corazón enfermizo de taticardias constantes y vertiginosas, el rubor de nuestras mejillas… No me doy otra explicación, a menos claro que esté enferma”
Rió una vez más, tranquilizado por el humor irónico que ella mantenía constantemente, haciéndole recordar que no era una extraña, sino su mejor amiga.
“Y ahora ¿qué piensas tu?” “Pensar… ¡cómo pensar con esta constelación en el pecho, este nido de astros fugaces iluminando vagamente sobre qué sentir, decir o hacer! Oh Lidia, has puesto tus palabras como una mano sobre mi boca, me he quedado ausente, espectador de mi propio cuerpo, porque simplemente, el autor de todo esto han sido mis labios descontrolados, que han escarbado en mí el valor suficiente para arrojarme en tu boca. Te conozco tan bien pero a la vez eres el infinito, aquella nebulosa escarlata atractiva, pero aterradora.
“Te has quedado mudo ahora ¿no?” Estaba de pie, afirmada su espalda sobre un árbol oscuro y grueso. Se levantó pálido apretando los labios impaciente, acercándose a ella. Con cada paso ejercido sentía coraje, a medida que la imagen de Lidia era más detallada, la fuerza de su razón entibiaba el cuerpo de Lucas, su corazón emergía hasta su boca vigoroso, seguro de respuestas.
“¿Por qué ríes Lucas? ¿En qué piensas?” Inquirió desafiante con sus brazos cruzados bajo el pecho “Pienso en ti. ¿No es acaso suficiente para reír?”
“Siempre encuentras las palabras indicadas para hacerme sentir feliz”
“Siempre he buscado la manera de hacerte feliz Lidia”
“¿No es acaso suficiente para amarte como lo he hecho todos estos años?” Avanzó sumergido en una neblina de risas contraídas hasta el tronco de un árbol vecino. “¿Amarías entonces al primer hombre que te diga frases reconfortantes? ¿Amarías acaso a un sacerdote, a un poeta, a un dramaturgo, a un artista cualquiera?” “Podría hacerlo, pero sería en vano. El amor a un sacerdote es prohibido por su castidad, un poeta no se enamora, es un amador por naturaleza, un dramaturgo sólo ama la expresión del amor, un artista cualquiera, amará aquello que haga mejor. Pero tu, tú guardas en silencio lo más hermoso que has querido al mundo construir, lo has mantenido cándido y delicado solo para ti, como el secreto más hermoso del mundo” “¿Y eso qué sería?” Sus pasos arrastraron su cuerpo hasta Lucas, y sus brazos como llevados por el viento, se enlazaron alrededor de su cintura. Su rostro inmaculado se apoyó con cariño sobre su espalda, y respirando profundamente dijo “Yo”.
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