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La rebelión de Pancho.

¡ Abuelo!, ¿cuándo me vas a comprar la guitarra?
- ¡Cuando cobre, Miguelito, cuando cobre!.
Día tras día andaba el Miguelito persiguiendo la guitarra, y por perseguirla a ella, torturaba a su abuelo.
Pancho tenía sólo unas pocas palabras como respuesta única:
" cuando cobre". Tan única era su respuesta como la posibilidad de darle el gusto a su nieto. Es que el viejo cobraba unos miserables ciento cincuenta pesos, que, después de deducir los gastos en remedios, en fideos para el guiso y verduritas para conservar la fuerza, se convertían en simples papeles válidos para ser cambiados por unos buenos vasos de vino tinto en damajuana, lujo imprescindible para satisfacer la sed de vida que aun le quedaba.
El hijo de pancho, casado con Elsa, vivía con el viejo. La casa era casi de los dos, pues la mantenían a duras penas juntando las migas capitales que figuraban en su cuenta como excedentes logrados por esquivar a la dignidad.
Una tarde, de esas sacadas como de una foto tomada a la eternidad, el abuelo pico para el milenario bar "La Esperanza" en busca de su rutinaria amistad sellada por labios que besaban el vidrio de las copas viejas, más viejas que sus sueños y que el futuro.
Pero esa tarde de eternidad calcada de otras eternidades calcadas a las eternidades que vendrán, el viejo pancho se cansó, rompió la rutina y en un rapto repentino de valor jugó a las fichas de las uvas todo su ser. Es decir: " el abuelo se chupó", se agarró una mama de aquellas que son dignas de quedar anotadas en el calendario de las furias y las esperanzas, como una nueva rebelión en contra y a favor de quien sabe que otra eternidad.
Después de haber pasado el límite impuesto por sus propios límites, y de haber roto la cadena de la fatiga , convirtió aquella ruina viviente de huesos, maderas y vidrios, en un canto desafinado que intentaba en sí mismo decir: "estoy harto de esta melodía mortal, de condenada historia, de irremediable violencia".
El puño cerrado, de piel sin carne, unido al cuerpo de Pancho, se estrelló en la cara del viejo Rafael, y se metió Tito, y también pegó Juan, y se confundieron los dueños de la paz con los inquilinos de la impotencia, y las dentaduras se apropiaron de suelos y tierra mil veces mordido, desprendiéndose de las bocas viejas hartas de estar siempre vacías.
El viejo Pancho empezó, y por ser el líder en la revuelta fue quien más expresiones de la fatiga y el ahogo se llevó impresas en su cara. Es decir, se ligó casi todas las trompadas que andaban buscando destino.
Cuando llegó a la casa, con la cara morada, con el alma desconcertada, fue recibido por su hijo como el peor de los delincuentes y agachando la cabezo escuchó todos los retos como una seguidilla más de trompadas, pero esta vez, de las que van al alma. Pancho no dijo nada, y después de que pasó la tormenta, levantó la cabeza y comenzó a reír. Rió a carcajadas, rió de felicidad como hacia mucho no reía. Descubrió que estaba vivo, que aun podía pelear, que sus límites no eran tan limitados y que se podían romper, tal como su cara, tal como su dentadura, tal como su rutina, como su pesada desesperanza.
Su hijo, Javier, después de lo ocurrido, entre confundido y abochornado, se sentó a tomar unos mates a la espera de Elsa, su esposa, mientras Miguelito hacia las tareas de lengua que le provocaban una cierta aflicción.
Cuando al fin llega Elsa, Javier casi sin saludar, a no ser por un tibio "hola" le larga la historia recientemente ocurrida en el centro del mundo:
- Elsa, ¡no sabés lo que pasó!, ¡Pancho cobró! ¡Y cobró con aguinaldo y todo. No sabés como cobró!
La conversación con los detalles siguió, pero para miguelito estaba todo dicho, había escuchado lo suficiente, lo querían sus oídos escuchar. Entonces se fue a la pieza del abuelo, donde estaba recostado Pancho rememorando una y otra vez cada detalle de aquella revuelta fantástica, y sacándolo del flamante éxtasis le dijo:
- ¡Abuelo!, ¿ahora que “cobraste”, me vas a comprar la guitarra?
Y el abuelo “Pancho” volvió a reír como nunca, y prometió:
- Sí Miguelito, sea como sea, el abuelo te va a conseguir la guitarra y vamos a cantar juntos los dos.
Y Miguelito lo abrazó, y el abuelo lloró y rió, vivió.

Texto agregado el 03-07-2007, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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