Debo contarles de un incidente acaecido el viernes 29 del presente y que tuvo por escenarios, un hotel, un par de vehículos y un departamento del barrio Brasil. Hacía varios días que me llegaban mensajes de texto, invitándome a una reunión que tenía por objeto conocer a un grupo de personalidades extranjeras. Yo, entre temeroso y expectante, faceta de mi carácter que me ha transformado más bien en un agente secreto que en una persona a cabalidad, estaba tratando de unir cabos para resolver las implicancias y la lógica de todo esto, cuando un llamado telefónico me puso sobre aviso. Esa tarde, a las siete, para ser más preciso, debería yo dirigirme al hotel ya mencionado, en donde posiblemente recibiría algunas instrucciones.
Fui puntual. La tarde invernal se tragó temprano la luz natural y -encandilado por los neones publicitarios- caminé agazapado por esas calles solariegas, tan aptas para acciones encubiertas. Al llegar al Hotel, le pregunté al recepcionista por determinadas personas y éste, encogiéndose de hombros, dijo no saber de nadie con esos nombres. Pensé de inmediato que era víctima de una celada y salí veloz de aquél lugar. Esperé en medio de las sombras hasta que el refulgir de un par de anteojos, captó mi atención. Era una mujer que parecía venir del frío, dado su acento boreal. ¿Existe el acento boreal? Junto a ella se encontraban tres personas: dos mujeres, fornidas ambas, pero con una dulce expresión en sus rostros. Recordé a las Valkirias, aquellas divinidades germánicas que elegían a los que morirían en las batallas. Sentí un escalofrío. Pensé: El Walhalla me espera, esa será mi próxima morada. El tercer integrante de este grupo era un señor ataviado con un bonete ruso. ¿Será Odín?- me pregunté, pero al instante supe que el dios germánico, bajo ninguna circunstancia, tendría el acento español que ostentaba este señor.
Poco antes de ser abducido por una camioneta roja, apareció una bailarina de ballet y entonces me dije- ¡Tate! Ella va a ser la intérprete principal del Anillo de Los Nibelungos. Entonces se aclaró todo en mi mente angustiada. Ese sería el ritual que precedería a mi muerte y lo que más me dolió fue el que yo no supiera una sola palabra de alemán. –Con tal que conserve mis manos, a punta de gestos sobreviviré en ese lugar- me dije, en el mismo momento en que la camioneta se puso en marcha y luego de varias vueltas inútiles, enrumbó al el sector poniente de la capital.
El departamento era sumamente acogedor y su anfitrión, una persona muy comunicativa y alegre. –Este debe ser el policía bueno de los interrogatorios, me dije y le seguí el jugo…el jugo de piñas que me ofreció y que yo me zampé. Más tarde, se acomodaron todos en una inmensa mesa cuadrada y yo, subrepticiamente, la remecí para cerciorarme que estuviese montada en sus cuatro patas. Acá hay gato encerrado- me dije, mientras la prima ballerina y un mocosito de la casa jugaban a arrojarse un objeto y yo temblaba pensando que aquello fuese algo explosivo.
Después me sirvieron un vaso de vino tinto y primero me percaté que los demás bebieran. Al no caer fulminado nadie, bebí a destajo. El señor ruso sirvió después algo exquisito y como ya me moría de hambre, me encomendé a Dios y comí, ya totalmente entregado.
Para despistar, las valkirias comenzaron a conversar y hasta me preguntaron algo, para que yo entrara en confianza. El señor ruso que hablaba como español, tocaba todos los tópicos y parecía un erudito. El dueño de casa no lo hacía peor e incursionaba en cuanto tema salía a relucir, con la facilidad con que se desplaza un pejerrey en el agua. Yo, desconfiado, poco hablaba y mucho observaba. Me hubiese gustado tener una cámara fotográfica a mano para captar sus fisonomías. Habría sido una excelente prueba de que lo que ahora cuento es la pura y santa verdad.
La oportunidad me cayó del cielo cuando el señor ruso me pidió que lo dibujara. –Esta es la mía- me dije y me puse manos a la obra. El asunto es que, como hace mucho que no tomo un lápiz para dibujar, el señor se me desdibujaba en la página y al final me resultó alguien más parecido a Antonio Skarmeta que a él mismo. En todo caso, ya lo saben, por si desaparezco, el ruso aquel, que primero pensé que era Odín, se parece mucho a nuestro compatriota escritor. Tomen eso en cuenta, por favor. Luego, dibujé a la Valkiria de lentes y a la conductora de la camioneta, que también lucía unos lentes distractivos. La dulce valkiria dueña de casa, sonreía y parecía muy afable y también quiso que la dibujaran. Eso lo hizo el señor ruso y le quedó muy bien. Desgraciadamente, los retratos que me hubiesen servido de prueba de todo lo que digo, se quedaron allá y, sin evidencias, sólo confío que crean en lo que les cuento.
Como, al parecer, no había llegado mi hora, ellos comenzaron por fin a bostezar y finalmente se acordó que se diera por terminada la reunión. Temí, en ese momento, que sería ajusticiado por las valquirias, pero la prima ballerina no hizo amago alguno de ensayar algunos pasos de ballet. Eso me produjo cierto alivio, porque supuse que, ni al más despiadado de los asesinos se le ajusticia así, sin más, sin declamarle, por lo menos, algunas palabras de descargo.
Cuando todo terminó, una siniestra neblina envolvía las calles de Santiago. Subimos a la fatídica camioneta roja y aún pensé que sería exterminado y abandonado en cualquier vertedero. Durante el viaje, el ruso que hablaba español dijo estar muy contento de haberme conocido y yo, para evitar caer en desgracia antes de tiempo, le retribuí con algunas palabras de cortesía. Por un instante creí que él era sincero, aún así, seguía pensando que todos jugaban al policía bueno, para sonsacarme no sé que cosa.
Sorprendido y aún temiendo que regresaran por mí, fui abandonado a pocos pasos de mi local. Mientras la camioneta desaparecía tragada por la niebla, yo elucubraba que la conductora se parecía demasiado a esa gran amiga mía que se llama Anémona; que la prima ballerina era la réplica perfecta de la brillante y encantadora Ignacia; que el ruso que hablaba español era la gota de agua más parecida al excelso personaje que es Graju, que la valkiria de lentes tenía el tono de voz que yo le había adivinado a la incomparable Neus, que la valkiria dueña de casa parecía entregar parte de su corazón cada vez que abrazaba a sus amigos, que todos ellos, sin excepción, querían dejarme prisionero y al final, fueron ellos los que se quedaron atrapados…en mi corazón…
(Alegoría insensata de un encuentro en que la calidez, la amistad y las gratas sorpresas tuvieron su noche de gala. Un abrazo grande para todos estos hermosos compañeros)...
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