Acá dejo una reflexión de dos grandes personalidades que a mí, personalmente, me gustan mucho, uno es Saint-Exupéry y el otro es el Argentino Jaime Barylko. Me gustaría compartirlo con ustedes amigos cuenteros, para seguir uniendo lazos...
Les mando el más redondo de los abrazos, que lo disfruten
Lucre (Alter-Ego)
Los valores, argamasa de la vida compartida.
Los valores no están en los libros ni en las mentes ni en las universidades; están aquí, entre nosotros, en la vida cotidiana, las veinticuatro horas del día, en cada movimiento, en cada elección, en cada frase, en lo que vistes, en lo que comes, en lo que sientes, en lo que detestas...
La trama del mundo son valores. Un no los ve. Ve agua, ve agua que cae desde la cordillera, ve agua en un río, ve agua en un vaso, ve agua en la cacerola. Todo es agua, lo que ve. Pero uno no ve lo que ve, sino la totalidad de lo que ese acto, ver, y ese objeto, agua, significan para cada uno en cada contexto.
Uno valora. No “vale” lo mismo el agua de una cacerola gastada por el uso, que el agua, el mismo elemento, en una copa de cristal. Es otro valor.
Lo mismo pasa con la rosa.
Como enseña el zorro al Principito: “Lazos, eso necesitamos, lazos”.
Es la lección que nos dio Saint-Exupéry en su tan famoso, y tan poco leído, o por lo menos tan poco aplicado, El Principito.
El Principito se encontró con el zorro y quiso jugar con él.
“-No puedo jugar contigo – dijo el zorro-. No estoy domesticado”. El Principito le preguntó qué es lo que estar domesticado.
El zorro explica qué es domesticar:
“-Es una cosa demasiado olvidada – dijo el zorro - . Significa “crear lazos”.
“-¿Crear lazos?”
“- Sí dijo el zorro- . Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tu tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...”
Ésta es la lección del zorro. Conviene revisarla, meditarla. Ser amigos, relean ustedes, es crear lazos. Lazo es lo que te une. Lazos es una dependencia entre nosotros. A través de la convivencia uno se domestica, se hace cercano al otro, y de este modo el otro se vuelve necesario. Si no, el otro es uno entre millones. Para que sea algo relativo a mí, tiene que ser distinto, pero enlazado conmigo, y a través de ese lazo (al matrimonio, la sabiduría del lenguaje lo llama “enlace”) cada un se torna único para el otro, por que comparten un mundo.
Domesticarse, en lenguaje del zorro, es hacerse uno con el otro. Escuchen al zorro:
“- Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente a todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música”.
Ser amigos es cómo tener algo en común, a diferencia de ser extraños. Los extraños tienen en principio rechazo por los extraños, por que no conocen el ruido de sus pasos, sus intenciones, sus códigos, sus reglas, sus límites.
De eso habla el zorro. Conocer el ruido de tus paso. Te oigo venir y sé que eres tú. Es música ese sonido. Es sonido. Es sonido de amistad versus otros sonidos que pueden ser de peligro por resultar ajenos, es decir desconocidos. Y qué es lo desconocido. Lo que no creció junto a mí, lo que no está en el terreno de mi mundo, de mis reglas, que al ser compartidas, son las nuestras.
Claro que, sigue explicando el zorro, para domesticar; que es convivir, para co-nocer, es decir hacer algo conjunto, para ello se necesito tiempo.
“-Sólo se conocen las cosas que se domestican – dijo el zorro -. Los hombres ya no tiene tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas en mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo ¡Domestícame!
La educación moral: ir domesticándose de a poco. El Principito está ansioso por tener un amigo, por domesticar, domesticarse. Eso significa amoldándose a reglas de convivencia, de respeto, de contención de la agresividad, para que mejor brote la amistad. La amistad, dice, reclama un trabajo de conciliación de las relaciones recíprocas. La amistad no llueve ni mágicamente aparece porque uno le diga al otro, como los niños pequeños:
-¿Quieres que seamos amigos?
-Si, claro que sí, pero entonces, ¿ que hacemos?
Esta es la gran pregunta de la humanidad, tan intelectualista a veces, y otras tan sumida en la verborragia, no se hace. Suelen declararse amantes de la paz, de la igualdad, del amor a prójimo y se sientan felices y... no hacen nada.
La gran lección del zorro es que las declaraciones deben ser apoyadas en acciones que las vuelvan verídicas, reales.
Le pregunta el zorro cómo se hace.
El zorro le enseña:
“-Hay que ser muy paciente-respondió el zorro-. Te Sentarás al principio lejos de mí, en la hierba.
Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca..”
No es hablando como se hacen los amigos. E conviviendo. De lejos, y un poquito, cada vez más, de cerca. Mirándose. Haciéndose próximo el uno del otro para forjarse un lazo, una relación, una recíproca dependencia.
Y acá viene el momento más sorprendente entre los consejos del zorro: hay que tener disciplina. Paciencia dijo antes, ahora dice disciplina.
Sí, el caos no produce nada. La creatividad, en cambio, requiere de ciertos marcos, de cierta contención que son los límites, el orden.
“-Hubiese sido mejor venir a la misma hora – dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres... Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a que hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios”.
Éste es el punto culminante, hijo mío: los ritos son necesarios. Los ritos son disciplinarios. Límites que no se imponen, responsabilidad de hacer las cosas de cierta manera que el otro espera que yo realice.
La hora, el modo, el cómo, el cuándo. Éstos son ritos. Sin ritos no hay lazos.
La Rosa única
El principito tenía una rosa en la mano.
Ahora se da cuenta de que esa rosa, que era como todas las rosas, no es como todas las rosas. Por que esa rosa, en su mano, se acomodó a ella, su mano a esa rosa, y se pertenecen recíprocamente. Se domesticó.
Luego el zorro dice la frase más famosa de El Principito:
“-Aquí- dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino es con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.”
“-¿Y qué es esencial?”
“- El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”.
La lección concluye con este gran final, que no es tan famoso como la frase antes citada y sin embargo constituye la cima de esta reflexión:
“-Los hombres han olvidado esta verdad-dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado, Eres el responsable de tu rosa...”
Tener un amigo es una responsabilidad.
Una relación es un lazo, es una dependencia.
Un amor es una responsabilidad.
No es ese chorro caliente de sentimiento que brota del alma. En todo caso, una efusión mística y cósmica del amor. Está dentro del lazo. El lazo es deferencia al otro: te quiero, por lo tanto tu vida cuenta para mí, soy responsable.
La libertad madura y produce el fruto de una elección. Elegir es responder por lo elegido.
Cuando libertad, elección y responsabilidad coinciden, se da eso que los poetas llaman FELICIDAD.
No se la busca, se la encuentra. Pero algo puede hacer para que sea más fácil encontrarla: Abrirse. Totalizarse. Entregarse a la sinestesia del ser otro que me hace ser yo.
Amar es hacerse responsable por el otro modificado por tu amor.
Eres responsable de tu rosa. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.
Domesticar no es dominar, es preformar, es modelar y modelarse, es con-vivir y es co-incidir.
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