Un cuento lógicamente absurdo

Caigo en un pozo, en cuyo fondo apenas se ve un reflejo de luz que alumbra todo alrededor opacando las paredes que brillan en la oscuridad que las envuelve.

Me quedo quieta. En realidad estoy paralizada por el susto, mientras mis piernas en agonía tiemblan su último estertor.

Miro alrededor. Pienso: ¿Soy yo la que se cayó y no me reconozco? Si no soy yo, que hago en ese pozo húmedo que huele a recuerdos desagradables de mi infancia feliz. Tengo miedo de dejar de ser. ¿Si no soy yo, que hago acá abajo? ¿Si yo no estoy acá, donde estoy?

Mis pensamientos giran alrededor de un eje como una calesita de feria. Trato de sostenerlos por las crines pero se alejan en estampida, regresando al galope.

La cabeza me duele. ¿Mi cabeza, o es la cabeza de otro? Trato de enfocar mis ojos en un sólo punto porque cada uno deambula en otro sentido. Algo húmedo me corre por las piernas. ¿Será sangre?, o del susto me hice encima.

Una dulce amargura me invade. Una lucidez somnolienta se posesiona de mí. No importa, ya no importa, porque en el fondo de mi ser se que no soy yo. Me compadezco de la persona que se cayó en el pozo ¿Quién será? Miro pero no la veo. No hay nadie más que yo acá abajo.

Y comienzo a llorar. Las lágrimas mojan mis mejillas pálidas ruborizadas con una ampulosidad anacrónica. Se que no tiene sentido, pero quien me va a anástrofar o anatematizar, ¿si yo no soy yo?