Hace tres o cuatro lunas que vengo soñando, soñando pesadilla tras pesadilla.

En todas ellas puedo sentir que lentamente mi cuerpo se despedaza, en una progresiva putrefacción sin remedio. Puedo ver como mi piel y mis órganos se tornan verdes y precipitan al suelo. Primero mis dedos, luego pliegues de mi piel que suelen estirarse, más tarde mis ojos comienzan a decaer.

Veo como los transeúntes vienen y van, algunos curiosos se detienen a mirar. No puedo dirigirles palabra, no quiero escuchar sus opiniones, solamente hablo para mis adentros lamentando mi situación. Mi boca comienza a fallecer.

Entonces me dan ganas de estar en otro lugar, intento caminar con lo que queda de mis piernas. Ellas se resisten, se desdibujan en el suelo parte por parte. Cuando toda esperanza se escapa de mis poderes puedo verme escribiendo algo para alguien. Mientras mi cuerpo desfallece, mi lápiz de plata se mantiene erguido y se mueve de manera suave y cálida tal como una brisa primaveral.

A veces también sucede que logro escapar, puedo vivir intensos momentos rodeado de pastos y blancas montañas. Hasta he logrado ver entre sueño y sueño la belleza más pura, las formas y colores más agradables a los sentidos. Mas sin excepción alguna esta maldición leprosa parece alcanzarme aun y cuando huya hasta los confines del noveno infierno.

Una que otra ocasión he encontrado cierta lucidez en medio del caos y la podredumbre. En medio de esa lucidez he vislumbrado la ilusión tras mis penurias. Pellizco mi brazo con todas mis fuerzas, y en el acto se desprende para ir a dar al piso. Por más que me esfuerzo por convencerme de querer despertar, de dar con la realidad, aún en estos mismos momentos soy un impotente prisionero de mi angustioso devenir.

-----------------------------------------------------------
Para Nancy D. y Karina G.