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A pesar de que los ventanales del amplio y elegante comedor del hotel Misión en Guadalajara estaban abiertos de par en par, y el jardín, con el espejo de agua de la piscina al fondocreaban una ilusión de frescura; el calor era poco menos que insoportable. Bochorno de primavera que fue atenuando la tasa de café humeante, las generosas porciones de fruta fresca y el par de vasos de "jugo verde", una extraña pócima de nopal, naranja y... algo indefinido, sello particular de la culinaria tapatía.

Los platos de huevos a la mexicana, chilaquiles, quesadillas de flor de calabaza y para rematar, puntas de filete a la "albañil" fueron el combustible que llenó tres cuartos de tanque de un cuerpo extenuado por dos horas de gimnasio. Y cuando se disponía a la gula con la variada bollería mexicana, el "pan dulce" con la segunda tasa de café y el primer cigarrillo de la mañana, el esperado con ansia, aliciente para comenzar un largo día de trabajo, la miró entrar.

Apareció en el salón literalmente flotando con sus veintitantos años y un cierto aire autoritario, que la hacía parecer la matrona de media docena de adolescentes que se esmeraban con éxito en simular su andar. La particularidad de esos cuerpos esbeltos, sin gramo de grasa, largas piernas, rostros níveos y a cual más de hermoso por la finura de los rasgos, permitía intuir que se trataba de un grupo de bailarinas, y de ahí fue fácil concluir que era el ballet ruso que se anunciaba en un gran cartel colgado de la fachada del Teatro Diana, a unos pasos del hotel.

El primer cigarrillo dio paso al siguiente y el sí al atento mesero que ofreció más café, a la tercera tasa. La vista se reconfortaba admirando aquellas muchachas de finos modales picotear con parsimonia la fruta y apenas cruzar palabra. El salón quedó transformado en una galería de museo idílico con aquellos cromos de mujer en plenitud. Se unió al grupo un trío de muchachos de la compañía, solamente reconocibles en género por la tosquedad de rostro, que no por la silueta y menos por el cuidado del cabello y parsimonioso andar.

Pidió a regañadientes la cuenta, y malhumorado por verse obligado a poner fin al embrujo, se retiró al lobby a reclamar una vez más la negligencia del retrete, incidente por demás incómodo que le obligaba a esperar al fontanero y aguardar en la habitación a que realizara su trabajo, porque si bien no poseía cosas de gran valor, tampoco era un potentado que eventualmente no echara de menos la cámara fotográfica, el par de relojes finos y lap top que por cuestión de trabajo se vio obligado a cargar y cuidar como si fuera niñera.

Poco tiempo después hizo presencia en el mostrador el fontanero, hombre jovial, con verborrea interminable acerca de algo que debió versar sobre ingeniería hidráulica pero que a él le resultaba completamente indiferente, porque su única preocupación era que el retrete se tragara la mierda, asunto que no podía explicar en ese momento con tecnicismos, y que le provocaba, seguramente también por el litro de café ingerido, el inicio de un bochorno que amenazaba con desatar una crisis de ansiedad.

La farragosa discusión entre el técnico en escatología, la recepcionista y el hombre, se vio de pronto interrumpida por la presencia de la rusa veinteañera, que en paupérrimo inglés solicitaba una botella de agua. La irrupción provocó la ira de la empleada, quien en un instante y gesto prácticamente imperceptible para la vista que no observa, sin educación y poco entrenada, recorrió su propio cuerpo y lo comparó instintivamente con la grácil belleza de ese cisne ruso. Seguramente repasó su historia, condición física y sin remedio estalló contra aquella extranjera que representaba todo lo que ella no tenía y nunca llegaría a tener, por lo pronto, la mirada inquieta y embelesada de dos hombres que recorrían mentalmente los infinitos caminos, posibles y no, para satisfacer el más mínimo deseo de esa beldad.

Mientras el fontanero, consciente de su condición subordinada dio un paso atrás, él pidió a la presunta bailarina que lo acompañara, y de vuelta al comedor solicitó imperioso al mesero que frecuentemente lo atendía, la botella de agua. Tan pronto la tuvo en sus manos la cedió con una reverencia a la dama, quien no pudo ocultar una sonrisa de agradecimiento acompañada, más que con el gruñido "thanks" con el brillo y transparencia de unos ojos azules que el mismo cielo de Guadalajara envidiaría.

La acompañó hasta la salida del hotel, donde un autobús esperaba a la potrilla rezagada, y antes de que ésta trepara le tendió la mano: my name is Manuel, I see you tonight in the theatre. La respuesta fue una mezcla de sorpresa y entusiasmo: ¡Yes I like!

Se incorporó al trabajo tarde pero contento. La mirada de reproche de los compañeros fue afrontada con una larga explicación sobre las peripecias de la compostura del retrete, y sin más, asumiendo la culpa por la tardanza, se ofreció para revisar los mandamientos judiciales más antiguos, los más difíciles de soportar jurídicamente para su reactivación.

Para quien no crea en el destino, un par de horas después, el segundo expediente en turno, contenía una demanda contra la ciudadana rusa Nadeshda Stolypin por abandono de hogar y secuestro de la hija procreada con un comerciante tapatio.

Presentimiento bañado de ansiedad, leyó con voracidad los detallados alegatos, y lejos de tomar notas, se interesó en las acciones llevadas a cabo, resultando que la más reciente era de hace doce años, consistente en el errático recurso de turnar a las autoridades migratorias el nombre de la extranjera para en caso de pisar el país detenerla de inmediato. Vamos, ni siquiera se había cumplido la formalidad de dar aviso a la Interpol.

Tomó nota de los nombres y sin mediar explicación corrió al teatro donde exigió un programa, mismo que le fue negado sin la compra de una entrada. Accedió sin más y con las manos temblando y presintiendo la historia que estaba por vivir, encendió un cigarrillo antes de buscar la coincidencia entre el nombre apuntado y el cuerpo de bailarinas. Y no, no había paralelismo evidente, hasta que más tranquilo y en segunda lectura, pudo distinguir en letras más pequeñas: Geraldine Stolypin, coreógrafa.

Sí, las piezas encajaban. La demanda databa de hace veinte años y señalaba la edad de la infanta secuestrada en ocho años. También era lógico que Geraldine no fuera bailarina, pues ellas, según había visto horas antes en el comedor, no pasaban de los 18 años. Y ella , el cisne enseñaba el don de mando que daba la edad.

¿Cisne? la asociación de ideas entre la puesta en escena y la silueta de la grácil y fuerte rusa le había dado nombre.

¿Qué hacer? El cumplimiento del deber. La denuncia, reapertura de la investigación y desde luego, el reconocimiento al trabajo y "posicionarse" para un ascenso. Desde luego, complicar la vida de una mujer que por una u otra razón tomó la decisión de abandonar al marido, sacrificar, él se imaginaba, un asilo cómodo en tiempos de la "guerra fría" ante la insufrible resaca del macho mexicano.

También estaba la otra cara de la monedadel oficio: el chantaje, una noche de placer, explorar y gozar ese cuerpo de cálido mármol, apuntar una raya, que una, triple, al historial de conquista.

Regresó al trabajo solamente a esperar la hora de la comida. Pidió "birria" en las 9 esquinas, comió con la gula que disfraza y pospone la toma de decisiones. Volvió al hotel. Constató de nueva cuenta la impotencia del retrete. Esperó la hora de la función espectante.

La gracilidad de lances de las bailarinas fueron poca cosa frente a la presentación en medio de una ovación cerrada de la directora de coreografía.

No concilió el sueño. Al día siguiente la vio aparecer en el salón literalmente flotando con sus veintitantos años y un cierto aire autoritario, que la hacía parecer la matrona de media docena de adolescentes que se esmeraban con éxito en simular su andar.

Pidió al solicito mesero una botella de agua, se levantó y con una sonrisa y la consiguiente reverencia la ofreció al Cisne. Ella extendió la mano con timidez y una sonrisa que era la gloria. Él atajo esa mano, la beso: molto placieri, deposito el envase y se alejó.

El mandamiento judicial pasó a reserva, es decir, concluido por falta de elementos.

Texto agregado el 02-07-2007, y leído por 618 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
20-07-2007 Interesante historia, llena de gracia y psicologismo. ***** SorGalim_Plus
16-07-2007 Muy buena historia, increible las comincidencias que se dan, un final mejor, es una historia redonda. el apellido, bueno, solo uno con historia, si no me equivocase Stolypin fue el último ministro del interior ruso previo a la revolucion de octubre, a la horca de sos años le llamaron "la corbata stolypiana" mis 5* curiche
10-07-2007 Estoy de acuerdo 100% con todo lo que dice churruka. Un encanto de historia. galadrielle
03-07-2007 Fe de erratas: quise decir "pausado" churruka
03-07-2007 Un narración rica y amena porque el lector no pierde el interés por la historia..De estilo gracioso y al mismo tiempo suave, pausaso...como una comedia que sabe estar al punto..El final muy ingenioso. churruka
 
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