De pronto un fogonazo, una luz hirientemente láctea cegó las miradas. El ruido atronador siguió a la luz; una estampida de ecos furibundos que hizo hinchar los tímpanos hasta estallarlos, impotentes al no controlar más decibeles. Luego la onda de calor, de muerte, de miseria, de oscuridad. Una marejada de viento infesto a pólvora y sangre que transportaba esquirlas de metal y huesos rotos, astillados y deformes. La vida humana en un instante convertida a la nada, a la indignidad degradante de cuerpos desmembrados, de órganos huérfanos, de miembros mutilados, de familias fulminadas, ignorantes aún, en la antesala del limbo, de lo ocurrido. “Iba a trabajar y de pronto esto, y ahora ¿dónde estoy?
Una nación trastocada, presa del miedo y la ira. Confundida por la nube de sangre que cubre la ciudad de Madrid. Una nación como la nuestra, como la tuya, que sale a trabajar de mañana sin conocer el desquicio de almas enfermas y repugnantes, entes oscuros que tranquilamente, de noche, en sus covachas, idearon con deleite cada uno de los pasos del macabro plan mientras sus víctimas dormían abrazando a sus parejas, o a un oso de peluche, o prendidos de sus chupetes en sus cálidas cunas.
Oremos por las víctimas que no alcanzaron a comprender el horror y ahora se preguntan dónde están. Oremos por sus deudos, sus amigos, presas del frenesí que genera el deseo de una justa venganza ante un acto tan injusto. Oremos por nosotros, por todos los seres que podemos llegar a ser víctimas de una u otra forma de esta manera tan canallesca de hacer política. De haber un Dios, sin importar el credo, no avalaría jamás una voz que clama por sus ideas escupiendo sangre, inmolando cuerpos, martirizando espíritus.
Oremos por que vuelva la decencia y el respeto, oremos para que esto jamás vuelva a ocurrir.
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