Ni el terrible frío del 24 de Julio de 1999 lo iba a separar de su inevitable destino. Tras un pequeño ajuste en las piezas, Juan acercó su temblorosa y pálida mano a la palanca roja. Este sería el inicio de un viaje que lo sacaría del encierro al que estaba sometido, provocado por la cárcel del tiempo que lo torturaba y ahogaba.
Vale decir que no era su primer intento, esta máquina había sido precedida por cerca de treinta y cinco modelos, todos con pequeñas variaciones, pero esta vez algo en su corazón le anunciaba el carácter definitivo de aquella versión. Sus años de estudio, y los meses de claustro en la habitación debían valer la pena.
Según sus últimos cálculos, ocupando y perfeccionando la teoría de la relatividad de Einstein, debería llegar al año 2053 dada las diferencias entre las velocidades alcanzadas por su máquina y la Tierra.
La noche anterior al despegue, disfrutó por última vez su película favorita, “Volver al Futuro”, y terminó de alinear su colección de figuras de Star Wars con una devoción inmensa.
No le dejó ningún mensaje a algún familiar o amigo, aún sabiendo que de volver los encontraría a todos muertos. Pero al fin y al cabo, aunque hubiera deseado hacerlo, se encontraba completamente solo en este planeta, fruto de los años de preparación y aislamiento, que lo habían convertido en una persona alejada de toda vinculación afectiva con otros seres humanos.
Finalmente, llegó el día y fecha señalados con lápiz grafito en uno de sus cientos de cuadernos. Al borde de explotar de adrenalina, revisó por última vez los niveles de combustible, y cada engranaje de los motores de implosión.
Estaba todo perfecto, todo calzaba, sería el gran día de Juan Ramírez, los hombres del 2053 esperarían su llegada y a partir de ahí conseguiría renombre y trascendencia. Apretó sus cinturones de seguridad, y una vez sentado en la incómoda pero confiable silla, jaló la palanca con gran exaltación.
Entre el fuego y el estruendo de la fuerte explosión generada, Juan levantó su mirada y contempló la luz de las estrellas lejanas, su mente recorrió insondables distancias y sus ojos reflejaban los destellos de tiempos lejanos. Se sintió mareado y comenzó a gritar: “¡Por fin, lo logré!”. Luego perdió la conciencia y se creó un denso silencio por un par de segundos.
El lugar dónde estaba la máquina, fue rápidamente rodeado por una nave incolora, que llevaba una gran luz roja en su parte superior. El artefacto despidió un conjunto de hombres blancos, que se acercaron como un enjambre al cuerpo tendido de Juan. Uno de ellos sacó un extraño artefacto metálico, de forma alargada y lo aproximó al pecho del viajero.
En aquel insólito ritual, también habían llegado extravagantes seres eyectores de agua, creando una singular atmósfera lluviosa.
Finalmente el hombre con el aparato levantó la voz, diciendo: “Está completamente muerto, su corazón no late”.
Un individuo teñido de rojo y provisto de un gran casco inspeccionó durante largo rato la máquina del tiempo, después señaló:
“Señores, según las pruebas encontradas en el lugar del accidente se deduce que este hombre se autoinmoló haciendo explotar un balón de gas de quince kilos”
Nadie nunca supo cómo fue posible que Juan Ramírez, obtuviera aquel balón de gas estando internado en uno de los manicomios más seguros del país.
Tal vez Juan no se encontraba tan mal en sus cálculos, después de todo, con la maniobra suicida, ya estaba fuera de este mundo, al que no pertenecía.
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