Tengo más pasta de ser humano que de periodista. Hoy era temprano para mí cuando escuchaba que nuevas bombas habían destruido la calma de una ciudad modelo. Era tan temprano para mí que ni siquiera me había lavado la cara pero la penumbra estaba sobre Madrid. Era temprano para mí pero ya muy tarde para muchos otros. Habían pasado más de 6 horas de este atentado y los familiares seguían con los dientes apretados, con los puños bien cerrados, con las lágrimas a punto de quebrarlos. No sabían si los suyos estaban vivos, muertos o si simplemente no estaban. No podían caer, todavía no, primero a encontrarlos. "Sólo sé que éste es el tren que siempre toma, por favor déjenme pasar".

Yo miraba toda la situación, con ojo tal vez más crítico, pero con el mismo corazón de hombre que siente que un estallido le acaba de arrebatar la tranquilidad de toda una vida. Sólo basta un estruendo para saber que la vida se le acaba a alguien a quien ya nunca conoceré, pensé. Pasó en Madrid, pasó en las Torres, pasó en Tarata, pasó mil veces en un país cuya ciudad aún no puedo pronunciar. Hoy son 200, ayer fueron mil. Sean Gonzáles, Jones, Ramírez o Djuabarkir. Los nombres cambian y los lugares también, pero las muertes, las muertes duelen lo mismo. Ya está claro que la solución no está por ahí. Así sea porque tienen la razón o porque digan tenerla, NADIE es dueño de la verdad, ni mucho menos de la vida ajena.

A pesar de estar a muchos días de distancia, el estallido sonó igual como estar ahí. No es momento de acusar ni gritar a voz en cuello. Es momento de sentarse para recapacitar. De brindarle a los deudos un minuto de eterno silencio, un respeto y sobretodo un compromiso de que es hora de parar con los odios y las riñas, los pequeños y los grandes, los de gente y de países, los de uno y los del mundo. Hoy el viejo mundo sintió en carne viva lo que otros hemos sufrido por más de una década. Pero es hora de prestarles nuestro llanto a aquellos que en este momento ya no tienen ni una lágrima más.

Hoy se vio a través de la pantalla un cortejo fúnebre demasiado largo para el gusto de cualquiera. Hoy el mundo se quedó sin millones de sonrisas y las lágrimas seguro que apagaron a más de un corazón. Hoy no tengo ganas de reírme y mucho menos de soñar. No es justo para ellos, para los que deberían hacer lo mismo que yo hoy. Y para las familias, que más queda, luego de las incómodas condolencias y con la puerta cerrada, sólo han de recordar que a la hora de la cena deberán poner un puesto menos en la mesa. A ellos, a los heridos, a los que ya no están y a los que seguimos sorprendidos por este nuevo episodio de inhumanidad, un gran abrazo y un profundo silencio…

Manuel
11-03-2004