La Coca
Si había algo que me molestaba de mi vecina, Doña Sofía, la del caserón de al lado, era esa odiosa gallina suya.
La muy pílla solía cruzarse a mi jardín del fondo a escarbar entre mis dalias, escarbaba y hurgaba de tal modo la tierra que quedaban al descubierto los bulbos de las plantas y mi sufrimiento por ellas.
Una, dos, tres veces la restituí, como buen vecino en mano a su dueña, mas luego, arto de la situación opte por revolearla por el paredón de ladrillos de casi dos metros de alto, que sirve de medianera entre ambos terrenos y que aun hoy no se como lo cruzó.
Siempre que la devolvía de ese modo escuchaba el cacarear de la Coca, así la llamaba Doña Sofía, casi ahogado por el susto y el golpe seco que daba contra el suelo. Pero aun así la gallina volvía toda destartalada con menos plumas a seguir hurgando mis dalias.
Una tarde de sábado primaveral, especial para plantar nuevos tubérculos, la Coca apareció caminando con sus paso coqueto sobre el paredón. Había logrado plantar cuatro o cinco bulbos cuando la gallina bajo a mi jardín, la tierra recién removida y húmeda parecía estar llamándola. Estoy mas que seguro que se aguantaba las ganas de ir a escarbar por mi presencia en el lugar, puedo jurar que la gallina estaba esperando que me marchara para hacer de las suyas, mi mirada desafiante la intimidaba y se hacia la tonta caminando hacia una montañita de yuyos recién cortados fingiendo interés por ellos.
Sin mas, tome la gallina por la fuerza y me dirigí a casa de Doña Sofía.
Toque timbre varias veces, la llame por su nombre pero nadie salió a atenderme, así que frustrado, lancé a la Coca por sobre las rejas de la casa y seguí con mis asuntos.
El domingo tempranito cuando apenas despuntaba el sol y el gallo de Doña Sofía despertaba a todo el barrio, (porque la Coca no era la única, había muchas más pero esas siempre estaban el gallinero), escuche un cacareo odioso rondando el fondo de la casa. Espié por la ventana y allí estaba echada sobre la tierra recién revuelta y los tubérculos desparramados por todos lados.
-¡Es la última vez! –gritaba mientras buscaba las pantuflas y salía como alma que lleva el diablo arrastrando la ciática y los dolores de rodillas por haber trabajado en el jardín la tarde anterior.
-¡Maldita gallina clueca! ¡Yo te voy a dar destruir mis dalias pompon!
Espantada la gallina corrió por todos lados con las alas abiertas y trastabillando cada dos por tres, dio pelea pero al fin la atrapé con una vieja red de pesca que creo nunca use para tal tarea.
La encerré en el lavadero e inmediatamente socorrí los pequeños bulbos, me tomó mas de medio día dejar el jardín en condiciones, la muy odiosa gallina también había revuelto tierra en los tallos pequeños hasta dejar en el piso al tutor que las sostenía y obviamente las raíces al aire libre.
Cansado hasta para almorzar me recosté en el sofá de la sala, tenía la cintura a la miseria, es que los años no vienen solos y los huesos no son los mismos de hace ya no se cuantos años. Con ese cansancio a cuesta dormí un par de horas.
Tarde entrada la noche, el timbre sonaba desesperado, me tomó un tiempito ver quien tocaba de esa manera, la corrida de la mañana me había dejado maltrecho hasta para caminar, y como insistía hasta el cansancio fui a atender sin calzarme las pantuflas.
Por la mirilla de la puerta principal pude ver a Doña Sofía con su corta estatura y su horrible vestido verde que la hacia inmensamente gorda. Ansiosa tocaba timbre nuevamente.
- ¡Ahy! Don Roberto –dijo la anciana retorciendo sus manos nerviosa sin esperar que llegue al portón de entrada de la calle - ¿No vio usted mi gallinita, la batarasa?
- No Doña Sofía –mentí, percibiendo el fuerte olor a naftalina que despedía la mujer.
- Usted sabe la Coca, la gallinita marrón, se me perdió y no la vi en todo el día.
- No Doña Sofía –volví a mentir, pero esta vez con un poco de preocupación en la voz, para que no sospechara de mí.
- ¡Que lastima! tenía la esperanza de que la Coquita estuviera por aquí o que usted la haya visto. Cualquier cosa me avisa ¿Si?
- Por supuesto vecina, cualquier cosa me cruzo y le aviso.
- Por favor sea usted amable, y ahora lo dejo porque parece que interrumpí su cena, y hule riquísimo.-dijo la señora a modo de disculpa.
- Es un pucherito algo sencillito para cuidar el estomago usted sabe. -Dije cerrando el portón de la calle, que había abierto minutos antes para atender a la mujer.
Doña Sofía se despidió recomendándome darle noticias no importa la hora que fuere.
Con paso lento volví a la cocina a seguir con mi cena, las papas y el zapallo estaban ricos, pero la Coca estaba un poco dura, eso que la había hecho hervir un par de horas, porque siempre dicen que las gallinas son un poco duras. La deje a un lado y me terminé las verduras.
Acomodé los platos en el fregadero escurriendo con el sueño pisándome los talones.
Me acosté en la cama cómoda y mullida y cerré los ojos. Era solo cuestión de tiempo acostumbrarme al cacareo de la Coca en la habitación todas las noches, el problema más grande era que no se llevara bien con el Negrito el perro de Don Francisco, con Nieve la gata de Doña María no iba a tener problemas.
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