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Recuerdo todo con mucha claridad ahora que estoy solo. Y puedo darme cuenta de lo equivocado que estaba ¡¿cómo iría a ser posible que alguien me tendiera una mano para salir del agujero en el que todavía estoy metido?! La banca rota es algo terrible, por lo menos lo fue para Victoria y para mí.

Hacía poco que vivíamos juntos, ella atendiendo los quehaceres del hogar y yo del almacén, administrando todos los bienes, las ventas, ganancias y pérdidas que producía mi pequeño negocio. A veces habían épocas de gran abundancia y, sin falsa modestia, otras muy pocas veces pasábamos un poco de hambre. Podría decirse que eran buenos tiempos. Además tenía una mujer que me amaba, pero eso pronto iría a cambiar.

Al cabo de 3 años o poco más de vivir juntos comenzaron los problemas; problemas que ni yo ni Victoria esperábamos ni en nuestros peores sueños. Las ventas bajaron, la gente ya no quería comprar en un alamacén viejo, sucio y roído por el tiempo, perferían hacerlo en una de esas grandes tiendas donde los empleados tratan mal al público y tienen una gran variedad de poductos. Pero esto no era nada, porque a pesar de pasar un poco de hambre podíamos vivir tranquilos.

Quizás tener un poco de hambre constantemente no es tan malo, no si tienes a alguien que te ama al lado, mas algunas veces Victoria y yo discutíamos a causa de las penurias económicas que estábamos sufriendo. Al principio nos reconciliábamos inmediatamente pero con el paso del tiempo, y la monotonía de este, pasaban días e incluso semanas sin dirigirnos una mirada y tan sólo unas pocas palabras. Entonces comenzamos a acumular deudas.

Era muy desagradable tener que pensar todo el día en pagar todo lo que debía. Victoria comenzó a ganar algún dinero como costurera y yo me vi obligado a asuentarme todo el día de casa partiéndome la espalda trabajando en la tienda. Estas eran las únicas cosas que sabíamos hacer y a pesar de todos nuestros sacrificados esfuerzos las duedas aumentaban junto con nuestra angustia de no saber qué hacer.

Después de unos meses sobrevino la depresión afectando primero a mi mujer, quien se desesperaba fácilmente por cualquier motivo aún siendo este tonto. Rompía en llantos repentinamente y sin previo aviso... y eso me descorazonaba profundamente y también me ponía a llorar junto con ella, pero se recobraba rápidamente, ya que era una mujer fuerte, por lo menos muchos más fuerte que yo.

Seguimos sobreviviendo a duras penas durante algunas semanas más cuando pasó algo realmente MALO. Sí, algo muy malo y que se convertiría en la mayor desgracia que tendría lugar a lo largo de mi maldita e infame vida. No sé si comenté que vivía en un cité de un incipiete barrio de clase media. Bueno, resulta que un mal día un incendio se originó en una de las casas vecinas. Yo no lo vi, solamente me enteré esto al llegar a unas cuantas cuadras de mi casa y ver el humo negro que salía en esa dirección. Corrí hacia mi casa tan rápido como mis cansadas piernas me lo permitieron hasta la entrada misma del cité y pude ver las llamas que devoraban brutalmente la carcomida madera. Sin pensarlo me abrí paso hacia mi casa gritando desaforadamente: "¡¡Victoria, Victoria!!". Rogaba a Dios que todavía estuviera viva para cuando llegara.

Entré a mi casa echando abajo violentamente la puerta y pude ver entre tanto humo a Victoria yaciendo - probablemente- inconsciente en el suelo. No me preocupé de verificar si respiraba o no, lo único que me importaba en ese momento era salir de ahí con ella en mis brazos, así que la tomé firmemente entre mis brazos y salí corriendo de casa temiendo que el techo me cayera sobre la cabeza y tropezando varias veces y cayendo de bruces otras varias veces.

A duras penas salí del cité, deposité cuidadosamente en el suelo a Victoria y acerqué mi oreja a su pecho para escuchar los latidos de su croazón, pero por más que me concentrara no podía oír nada. Me desesperé y desesperadamente presioné su pecho intentando revivirla, pero no ocurría nada ¡No ocurría nada! ¡La dulce y fiel Victoria que amaba no salí de su sopor! ¡La amorosa y bendita Helena habí muerto! ¡Y no pude hacer nada para salvarla! ¡Nada de nada! Pero no quería resignarme frente a su evidente muerte y seguí aplicando el febril masaje cardíaco ¡como si eso fncionara! No habían ambulancias ni paramédicos presentes y un asfixiante círculo de gente morbosa y curiosa presenciaba el penoso espectáculo que yo estaba protagonizando.

Tuvieron que separarme a la fuerza de ella. No podía creer lo que estaba ocurriendo, pero aceptándolo me arrodillé frente al cadáver de Victoria y lloré amargamente como nunca antes lo había hecho ni volvería a hacer.

Ahora estoy de arrendatario en la casa de una familia que quiso acogerme sin muchas condiciones. Y han pasado otros tres años y sigo acordándome de cómo perdí todo lo que tenía de una sola vez. Y me siento solo. Sí, más solo que nadie en este mundo porque a la mujer que amé con todo mi ser se la llevaron violentamente. Y es ahora cuando ya no soporto más el dolor de la inclemente soledad siento que debo partir a reunirme con Victoria en elgún lugar más allá de la comprensión humana.

No tengo nada que dejar en este maldito mundo que fue ingrato conmigo, que me quitó lo que más apreciaba y que sabía que si lo perdía jamás lo volvería a tener: amor.

Me pegaré un balazo con la pistola que hace poco compré, ya que fue por esta razón que la obtuve. Ya no queda nada más para mí en este desgraciado mundo y en mi desgraciada vida. Adiós.

¡Hola Victoria! ¡Que alegría volver a verte de nuevo amada mía! Ahora nada nos separará.

Texto agregado el 30-06-2007, y leído por 78 visitantes. (0 votos)


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