Hoy no es hoy.
Hoy son horas estancadas y una mirada perdida –la mía-
que suplantan este viernes.
Hoy el mundo no hace más que darme señales:
El viento me susurra tu nombre;
las hojas de los árboles me acarician
como un día lo hicieron tus manos;
la jara se apesta e imita tu esencia,
olor que se impregna escociendo las heridas de tus zarpazos;
mi polutiva ciudad dibuja entre mis ojos y las nubes un arcoiris,
en escala de grises,
dando lugar a un arco corrupto por dónde se arrastra la inocencia
de cuentos de hadas, dragones, coronas y espadas;
Lorenzo, vacilante, se hace un hueco en mi esquina reservada
para días non gratos y te refleja sentado,
dibujando en la arena de mi suelo palabras de idioma inventado,
y te ves perfecto,
iluminado por su foco direccional, como de obra de teatro;
e intento rozarte pero te me escapas entre reflejos de caricias.
Hoy no es hoy.
Hoy no es más que un domingo disfrazado de viernes, lánguido y pesado.
No, hoy no es hoy.
Mis almohadas adoptan la forma de tu cuerpo
y se amoldan a mis curvas,
como abrazándome;
el reflejo del fuego de mi mirada en un espejo incinera tu ausencia
y la ceniza en polvo viola cada poro de mi piel,
se adentra en mi riego sanguíneo,
se distribuye,
se aposenta,
se aferra a mis neuronas con cadenas,
me grita,
me ríe...
se queda en mí por siempre.
Y yo ruego a mi Luna,
voceándola entre lágrimas (con mis dedos bien cruzados),
que te arranque de mis adentros,
que haga de mis anhelos indiferencia,
que un huracán interno se me lleve toda reminiscencia,
y que sin más dilación, se te lleve y no vuelvas.
Y es que hoy no es hoy.
Hoy son horas estancadas y una mirada perdida –la mía-
que suplantan este viernes.
Hoy no es más que un domingo disfrazado de viernes,
lánguido y pesado.
No.
Hoy eres tú en este domingo de viernes disfrazado.
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