Qué es el álamo sin hablar de su cintura
aserrada por los colmillos inevitables del ahora,
un asterisco dibujado en su sien midiendo las tareas de los niños?

Qué es la espora sin su vuelo decoroso
alrededor de todos los que no la miran
y su espuma dichosa que pasea sobre la fuente de vino
que decora el sitio aislado donde yace aquel peregrino?

Ciertamente es un misterio
difícil de resolver con aplausos,

callejones desheredados de una fruta fresca que distrae
a la última musa de la fila:

donde la vuelves a ver
la veo yo.

Para qué cerrar los ojos ante el precipicio
si todo lo de abajo no puede ser peor
que lo que tenemos acá?

Despropositando una envidia, una flor
intacta de belleza que nutre las palabras,
me encuentro francamente solitario luchando contra el destino

que desea apoderarse de las clavículas fraternales
que generan las sílabas revueltas con visiones infernales.

Me es difícil -nos es- acercarme a la fábula
y disimular los vientos que mueven los versos:

si bien las llaves son de todos,
de nadie es el aliento bulímico que respira
la sombra sucia de la calle constante.

Pasajera nunca fue.
Secreta lo intentó, pero no pudo.

Ufana ojalá.

Mientras estés junto a mí
no habrá relámpago que azote la cascada
ni desazón que nuble la sed victoriosa de un buen final.-