Los despojados en el cuento
“Anacleto Morones”
Por Natalie Díaz López
Introducción
A través del análisis del cuento “Anacleto Morones” de Juan Rulfo pretendo establecer que en él se presentan simultáneamente elementos pertenecientes a la teoría psicoanalítica y a la crítica feminista. Como pretendo demostrar, en la obra mencionada se manifiesta una suerte de disfraz del motivo o contenido verdaderamente primordial, encubierto por otro motivo que en primera instancia puede juzgarse como principal. Esto es a lo que llamamos procedimiento de “desplazamiento” en la crítica psicoanalítica. Asimismo, se puede reconocer a partir de la lectura de la obra un cierto tratamiento de los personajes femeninos que deja entrever algunos de los presupuestos de la crítica literaria feminista. Este fenómeno permite replantearse una lectura sustentada en una feminidad mucho más asumida, tomando conciencia de las posibles formas de lectura masculinas desde las cuales se ha leído, asimilado y valorado a dichos personajes. A partir de estas dos perspectivas se puede ya comprender la razón del título del presente ensayo. “Los despojados” vienen a ser tanto el verdadero motivo detrás del “motivo formal” en el relato, como los personajes que han sido de alguna manera cultural y simbólicamente desplazados de su lugar. Tenemos, por tanto, un motivo enajenado por otro, y unos personajes cuyo valor está dado por una lectura aprendida, externa, masculina, que hace de ella una convención más que una apreciación honesta y desprejuiciada de los personajes femeninos en el cuento.
Son estos dos, básicamente, los elementos que pretendo reconocer, analizar y demostrar en el relato “Anacleto Morones”, para lo cual debemos dedicar un pequeño espacio del presente ensayo a la caracterización de la obra, y referirnos muy brevemente del autor y el contexto en que se sitúa. Incluyo dicho apartado en el capítulo de aplicación de las teorías a la obra en cuestión.
Marco teórico: Perspectivas literarias
En la teoría psicoanalítica de Freud se señalan ciertos procesos que son propios del inconsciente, presentes en lo que Freud llama “trabajo del sueño”. De acuerdo a la distinción que hace entre contenido manifiesto (el sueño tal y como es relatado por el paciente), y contenido latente (revelado por el análisis del contenido manifiesto y por la interpretación de asociaciones), Freud reconoce determinados procedimientos mediante los cuales el contenido latente es de algún modo encubierto, disfrazado y es presentado al exterior en la forma del contenido manifiesto. Esta suerte de enmascaramiento del verdadero contenido de un sueño se debe a que el individuo sufre una represión de sus instintos, éstos no pueden ser revelados tal cual son al exterior puesto que pueden resultar muy toscos o fuertes. Dentro de estos fenómenos de represión se encuentra el de desplazamiento, definido en el diccionario de Rayne como “el proceso por el cual el énfasis o la intensidad de una idea inconsciente es desvinculado de esa idea y transferido a una segunda idea menos intensa a la cual está ligado por las cadenas de asociación” (99). La explicación que proporciona Freud sobre este mecanismo deja mucha más clara la idea:
En el trabajo onírico se exterioriza un poder psíquico que por una parte despoja de su intensidad a los elementos de alto valor psíquico, y por la otra procura a los de valor ínfimo nuevas valencias por la vía de la sobredeterminación, haciendo que éstos alcancen el contenido onírico. Si esto se concede, en la formación de los sueños ocurre entonces una transferencia y un desplazamiento de las intensidades psíquicas de los elementos singulares, de lo cual deriva la diferencia de texto entre contenido y pensamientos oníricos. El proceso que con esto suponemos es lisa y llanamente la pieza esencial del trabajo onírico: merece el nombre de desplazamiento onírico. (313)
Este procedimiento de desplazamiento, llevado al análisis literario, supone que en la literatura, como en el sueño, el texto es un síntoma de otra cosa, es en apariencia algo que no es en realidad. El texto constituye un enigma que debe ser descifrado. Las ideas latentes y el contenido manifiesto resultan ser dos idiomas distintos, por tanto, el trabajo que implica el desentrañar el verdadero contenido de una obra se asemeja a la traducción de un idioma a otro.
Evidentemente, la crítica psicoanalítica es muchísimo más amplia y compleja, comprende otros mecanismos de encubrimiento del contenido real, el trabajo del sueño no se limita únicamente al procedimiento de desplazamiento, pero es éste elemento en particular el que pretendo abordar en el análisis del cuento de Rulfo.
En cuanto a la teoría literaria feminista, resulta muy clarificador el esquema que realiza Jonathan Culler en cuanto a las etapas que ha tenido esta crítica. El autor distingue tres: la primera consiste en que se da por supuesta la continuidad entre la experiencia de la mujer en la vida social y la lectura. En este punto se plantea que ha existido cierta incongruencia entre la experiencia de vida y la forma de lectura femenina; la segunda, en que surge la interrogante ¿cómo leer como una mujer?, donde la respuesta se da en forma negativa: “leer como una mujer es evitar leer como un hombre, identificar las defensas y distorsiones específicas de las lecturas masculinas y proveer correctivos” (53). Este supuesto implica también admitir que la lectura es una actividad cultural aprendida, donde los cánones son masculinos, por tanto, las mujeres hemos aprendido a leer como hombres; la tercera etapa, en que la crítica feminista pretende romper con la asociación directa de lo racional con lo masculino, como dicotomía absoluta y cerrada. Como bien lo señala Culler: “Los hombres han alienado la oposición hombre/ mujer con racional/ emocional, seriedad/ frivolidad, o reflexivos/ espontáneos” (56). Según esta apreciación, las críticas feministas ya no sólo intentan invertir estas categorizaciones, lo que llevaría a una simple inversión de los roles, sino que pretenden afirmar que dichas asociaciones responden a nociones más amplias y no tan mecánicas ni simplistas.
Lo que plantea Culler es, en términos muy generales, que la crítica feminista se desarrolla a partir del reconocimiento de que la lectura femenina ha sido un fenómeno de sumisión, de adopción de una forma de lectura ajena, en que hemos aprendido a leer como hombres, y extendiendo la apreciación, hemos percibido la literatura, el mundo narrado, los personajes, y hemos valorado la literatura como hombres, desde su posición, desde su ideología, desde su identidad, cuestión que resulta evidentemente nociva para una conciencia de mujer lectora. Como concluye el autor muy sintéticamente:
Para una mujer leer como una mujer no es repetir una identidad o una experiencia ya dada, sino representar un papel que construye con referencia a su identidad como mujer, que también ha sido construida, de manera que la serie podría continuar: una mujer leyendo como una mujer leyendo como una mujer. La no coincidencia revela un intervalo, una división dentro de la mujer o de cualquier sujeto lector y la “experiencia” de ese sujeto. (61)
En una de las partes del texto sobre teoría literaria feminista escrito por Toril Moi, la autora trata sobre la crítica feminista estadounidense, y en este marco presenta dos nombres importantes y sus respectivos aportes. Sobre la crítica Kate Millett, Moi señala que su sello indiscutido es su reacción contestataria antiautoritarista:
La aportación principal de Millett como crítica literaria es su implacable defensa del derecho del lector a adoptar su propia perspectiva, rechazando de este modo la jerarquía admitida de texto y lector... su estilo es el de un pícaro callejero dispuesto a desafiar la autoridad del autor en cada esquina. Su estudio destruye la imagen común del lector/ crítico como receptor pasivo/ femenino de un discurso autoritario... (38)
Mary Ellmann es la segunda crítica literaria destacada por Moi. A ella se deben una mayor cantidad de aportes y de afirmaciones de los presupuestos de la crítica feminista. En su texto Thinking about Women, Ellmann plantea su tesis sobre el fenómeno que ella denomina “pensamiento por analogía sexual”: “Según Ellmann, esto puede describirse como nuestra tendencia general a comprender todos los fenómenos, por muy distintos que sean, desde el punto de vista de nuestras diferencias sexuales originales y sencillas, y clasificar toda nuestra experiencia mediante analogías sexuales” (Moi 45). Para Ellmann los estereotipos son meras convenciones sociales que están al servicio de la ideología machista dominante. Por ejemplo, los conceptos de masculinidad y feminidad son también convenciones sociales, no basadas en ninguna realidad objetiva. Estos estereotipos, como señala Moi, serían:
En la sección más larga de su libro, Ellmann enumera los once estereotipos de la feminidad más importante tal y como aparecen en las obras de críticos y escritores: pasividad, inestabilidad, confinamiento, piedad, materialidad, espiritualidad, irracionalidad, complicación y, por último, “las dos figuras incorregibles”, de la Bruja y la Arpía. (47)
Estos estereotipos de los que habla la autora suponen también las dicotomías directas que ya evidenciaba Culler respecto de las asociaciones directas de variadas cualidades (racionalidad, sentimentalismo, etc.), que constituyen la oposición hombre/ mujer, cuestión que, como ya advertía Ellmann, es algo meramente convencional.
Existe un modelo de crítica surgido a partir de estas dos importantes autoras, denominado “Imágenes de la mujer”, en el cual se presentan dos requerimientos que se superponen, o contradicen, mutuamente: “... el deseo de realismo choca con otro deseo: el de la representación de papeles femeninos ejemplares en la literatura. La lectora feminista de este periodo no sólo quiere ver sus propias experiencias reflejadas en la novela, sino que se esfuerza por identificarse con personajes femeninos fuertes, impresionantes.” (Moi 59)
Toda la crítica feminista está enfocada hacia una emancipación de las formas de lectura aprendidas de una sociedad en que los cánones y criterios académicos literarios son esencialmente masculinos. Tanto la lectura y apreciación literaria femenina como la literatura de mujeres ha estado siempre configurada en base a estos cánones masculinos. Sólo el primer paso, como bien decía Culler, lo constituye el lograr establecer una continuidad entre la experiencia de vida como mujer y la lectura, asumiendo una postura propia y diferenciada ante la literatura.
Aplicación de las teorías literarias al cuento “Anacleto Morones”
Diez mujeres, viejas, sudorosas, vestidas de negro, vienen por el camino de Amula en busca de Lucas Lucatero. Ellas quieren llevarlo hasta Amula para que certifique la santidad de Anacleto Morones, "El Santo Niño", pues Lucas estaba casado con su única hija. En la conversación que las viejas mantienen con Lucas, se va descubriendo que éste las ha poseído lujuriosamente a todas, y que el Santo Niño no tenía nada de santo y, en cambio, mucho de impostor, pues también ha poseído libidinosamente a esas mujeres, en apariencia beatas, sin ninguna formación, que quieren proclamar la fama de santidad de un embaucador. Las mujeres van despidiéndose paulatinamente. Al final, Pancha, la más vieja, se queda a dormir con Lucas esa noche, y añora sus relaciones con Anacleto Morones, a quien Lucas Lucatero ha matado —tiempo atrás— y enterrado en su casa.
Psicoanálisis
Nos encontramos frente a un cuento de catorce páginas, en que la atención del relato gira en torno a Lucas Lucatero, el narrador “protagonista” (las comillas son a propósito), que comienza su narración recibiendo con desagrado a las diez viejas que vienen desde Amula buscándolo. Gran parte del cuento relata el conflicto que tiene Lucas Lucatero con las diez viejas. Le desagrada demasiado que vinieran a buscarlo. El sabe que lo buscan a él y por qué, pero se esconde pensando que tal vez conseguirá que no lo encuentren y así burlarse de ellas. A pesar de todos sus intentos, y de haber hecho una rotería al bajarse los pantalones para que no se le acercasen, todo fue inútil: las viejas iban firmes en su propósito. Una vez que no tuvo más remedio que recibirlas en su casa, y sabiendo qué las movió a buscarlo, Lucas Lucatero se las arreglaba para evadir la conversación con ellas, les ofrecía traerles comida o algo de beber, y cambiaba el tema cuando ellas le decían que querían llevarlo a Amula para que certificase la santidad de su suegro, Anacleto Morones, quien había desaparecido tiempo atrás, puesto que era el único pariente que podía testificar a favor de su santidad. Aprovechaba toda instancia para tomarles el pelo, reírse de ellas, se burlaba de lo viejas y feas que estaban. Cuando ellas defendían la santidad de Anacleto, Lucas se reía diciendo que Morones no era más que un impostor, un embaucador que no tenía nada de santo, y que se había acostado con todas ellas. Les contaba como desde un principio ambos engañaban a la gente, y les refregaba en la cara que Anacleto de santo no tenía nada. Durante su larga conversación, las mujeres se hartan del sarcasmo de Lucas Lucatero y una a una van abandonándolo, hasta que sólo se quedó una: Pancha, quien decide quedarse con él “para hacer la última lucha (por convencer a Lucas) ella sola”.
Hasta este punto de la historia han transcurrido doce páginas de narración, en que se ha planteado esta situación un tanto cómica del personaje incrédulo y sarcástico que lo único que quiere es que estas diez viejas se vayan pronto de su casa, y parece ser éste el motivo central de la narración. No obstante, a partir de la penúltima página se descubre lo que ocurrió con Anacleto Morones. Lucas lo había matado y enterrado en el patio de su casa, y la misma Pancha, sin saberlo, lo había ayudado a ponerle más piedras encima a su tumba:
Ella me ayudó a... y a juntar otra vez las piedras que yo había desparramado por todo el corral, arrinconándolas en el rincón donde habían estado antes. Ni se las malició que allí estaba enterrado Anacleto Morones. Ni que se había muerto el mismo día que se fugó de la cárcel y vino aquí a reclamarme que le devolviera sus propiedades.... “¡Que descanses en paz, Anacleto Morones!”, dije cuando lo enterré... (Rulfo 224- 225)
Todo el relato, o gran parte de él, está enfocado al episodio cómico y un tanto agresivo en que Lucas Lucatero se niega rotundamente a lo que le piden las diez viejas. Todo este episodio no puede desligarse del acontecimiento escondido tras el relato, pues el hecho de que Lucas mató a Anacleto, revelado al final del cuento, explica la desaparición de Morones, y la presunción de las mujeres de que el “niño Anacleto” había desaparecido de la cárcel para irse al cielo, sin saber que en realidad sólo se escapó para ajustar cuentas con su yerno Lucas. Ambos argumentos o “historias” dentro de un mismo cuento, aparte de estar estrechamente ligados, muestran una singular desigualdad en términos de extensión en el relato. Es aquí donde es aplicable el procedimiento de desplazamiento, en que el énfasis de una idea importante es desvinculado de esa idea y transferido a una segunda idea menos intensa, que resulta aparentemente la primordial. El hecho de mayor trascendencia es que Anacleto Morones, el hombre por quien buscan a Lucas Lucatero, fue en realidad asesinado por este último. Resulta obviamente más importante que el motivo que da lugar al relato más extenso, ya que a pesar de lo lúdica que pueda resultar la lectura de tal episodio, es evidente la supremacía del asesinato por sobre lo otro. He aquí una suerte de enmascaramiento del verdadero motivo del cuento, en que se esconde narrativamente el hecho trascendente, desplazándolo y llevándolo a tan sólo dos párrafos hacia el final del cuento, y poniendo en su lugar un relato que encubre lo otro. No me atrevería a decir si de manera consciente o no, pero en este cuento de Rulfo se presenta ya la caracterización psicoanalítica del texto como un enigma que debe ser sometido a un proceso de traducción para ser descifrado. El mecanismo de desplazamiento es un recurso por el cual se ha encubierto la temática central del cuento, y una lectura adecuada y minuciosa, en justa medida, son suficientes para reconocer que es clara la supremacía del argumento del asesinato por sobre el trato de Lucas Lucatero con las viejas de Amula.
El procedimiento de desplazamiento no debe considerarse sólo en términos cuantitativos. Si bien la extensión en el relato que ocupan los dos motivos respectivamente es un buen indicador de la importancia textual que tiene cada cual, no es simplemente este aspecto (numérico) el que evidencia la superposición de un motivo a otro. El lugar que ocupa el motivo del encuentro de Lucas con las viejas de Amula parece ser el central. Con lo cómico y envolvente que resulta el diálogo entre ellos, la narración lleva al lector a pensar que es esto lo que se le quiere contar, y no otra cosa. Hasta cierto punto del relato sólo se presume que Anacleto Morones ha muerto, pues lo quieren santificar, y el lector difícilmente puede sospechar, hasta las páginas finales, qué sucedió en realidad con dicho personaje. El desplazamiento de motivos, más que cuantitativo, se revela en cuanto a una inversión de los motivos principal y secundario, pero también en cuanto al modo de caracterización de personajes en el cuento, especialmente de los femeninos, cuestión que trataré a continuación.
Crítica feminista
Este cuento de Rulfo posee una singular caracterización de los personajes femeninos. El hecho de que la caracterización esté dada desde el narrador protagonista ya sugiere cierto indicador de subjetividad. El personaje se refiere de modo muy despectivo a las señoras que vienen de Amula: “¡Viejas, hijas del demonio! Las vi venir a todas juntas, en procesión.” (212). La frase de entrada lanzada por Lucas Lucatero no sugiere una muy buena apreciación ni respecto por las viejas venidas de Amula. entre los diálogos del relato afloran las reflexiones del personaje en torno a la llegada de las diez mujeres: “¡Esas viejas!, ¡Viejas y feas como pasmadas de burro! (213). Estas reflexiones van repitiéndose en el transcurso de la narración, proporcionando cada vez más claros indicios de la subjetividad de la percepción de los personajes femeninos, y su evidente tono despreciativo: “¡Viejas carambas! Ni una siquiera pasadera. Todas caídas por los cincuenta. Marchitas como floripondios engarruñados y secos. Ni de dónde escoger.” (214).
Resulta curiosa esta caracterización. A lo largo del relato se utilizan numerosos adjetivos bastante ofensivos para referirse a tales personajes, aunque esto no resulta del todo descabellado si consideramos que se trata de una autor mexicano, cultura reconocidamente machista. No quiero decir por esto que sea éste el elemento determinante en el tono machista de la narración Bien sabemos que la identidad del autor y del narrador, evidentemente, no son lo mismo. No obstante, el personaje también es un mexicano, y representa de algún modo la percepción masculina de estas mujeres religiosas, beatas, pero que esconden tras su imagen religiosa un oscuro pasado vinculado al personaje Anacleto Morones, a quien pretenden santificar. El carácter ofensivo en torno a los personajes femeninos no está sólo presente en la caracterización. A través de la burla constante que hace el personaje, también se devela el profundo machismo en cuanto al juicio del pasado amoroso y la dignidad femenina en relación a su vida sexual, como se evidencia en una parte del diálogo:
-Yo no tengo marido, Lucas. ¿No te acuerdas que fui tu novia? Te esperé y te esperé
y me quedé esperando. Luego supe que te habías casado. Ya a esas alturas nadie me quería.
- ¿Y luego yo? Lo que pasó fue que se me atravesaron otros pendientes que me tuvieron muy ocupado; pero todavía es tiempo.
- Pero si eres casado, Lucas, y nada menos que con la hija del Santo niño. ¿Para qué me alborotas otra vez? Yo ya hasta me olvidé de ti.
- Pero yo no. ¿Cómo dices que te llamabas?
- Nieves, me sigo llamando Nieves....
- .... Cómo no me voy a acordar de ti. Si eres de lo que no se olvida... Eras suavecita. Me acuerdo. Te siento todavía aquí en mis brazos... (216)
El personaje Lucas Lucatero, en su diálogo con las mujeres, se burla de ellas. Ha tenido relaciones con ellas, y sabe que lo mismo ha ocurrido con Anacleto Morones, por lo que se siente con autoridad para reírse de ellas, aunque no lo hace directamente, sino que usa eufemismos para disfrazar el evidente rechazo que le producen aquellas mujeres. Lo más curioso no es el hecho del machismo en el relato, esto puede ser incluso comprensible (no por ello justificable). Lo que realmente llama la atención es el hecho de que, como lectoras, hasta cierto punto disfrutemos del humor de la narración, y podamos perfectamente ponernos del lado del personaje. Sucede que opinamos como Lucas: creemos que son unas viejas fastidiosas; al igual que a Lucas, nos molesta su presencia; y concordamos con el personaje en que aquellas mujeres deben irse por donde vinieron.
En este sentido, podemos confirmar lo que señalara Culler al respecto: “la mujer lectora, como otros lectores, se siente poderosamente empujada por la estructura de la novela a identificarse con el héroe que convierte a la mujer en enemigo” (51). En el caso del relato de Rulfo, también resulta evidente que este fenómeno de identificación tiene consecuencias negativas para la mujer lectora, como señala el autor en una cita a J. Fetterly: “lo que esencialmente es un simple acto de identificación cuando se trata de un lector que es hombre, se transforma en un laberinto de contradicciones cuando ese lector es una mujer.” (51).
Toda esta identificación con la postura del “héroe”, que nos hace a las mujeres lectoras nuestras propias enemigas, puede explicarse desde la formación de lectura que poseemos. Esto confirma lo señalado por la crítica feminista (la mayoría de los y las autoras concuerda en ello): hemos aprendido a leer como hombres. Nuestra formación lectora está dada, como dije en páginas anteriores, por un canon académico eminentemente masculino. Tanto la lectura como la escritura femenina se han visto influenciadas por este modelo académico, cuya autoridad está tan social y culturalmente establecida, que intentar oponerse a él constituye un acto contestatario, palabra estrechamente ligada a lo que ha sido la teoría y crítica feminista desde sus inicios.
Sobre la apreciación de una lectora femenina de este texto, podemos decir que existe desde el feminismo una posibilidad de emancipación del lector hacia la autoridad del autor o el texto, como bien señalaba Moi: “ ... la defensa del derecho del lector a adoptar su propia perspectiva, rechazando de este modo la jerarquía admitida de texto y lector.” (38). Para la crítica feminista es primordial esta autonomía de criterio para leer y apreciar un texto, tanto como los motivos que en él se comunican, el valor asignado a los personajes, etc. Esta debiera ser la actitud asumida para con la lectura de Anacleto Morones, y no la simple primera impresión del texto como un divertido encuentro entre un hombre machista y diez mujeres fastidiosas y mojigatas en busca del testigo de la santidad de un embaucador.
Conclusiones
En el presente ensayo he planteado un hipótesis cuya confirmación me ha dejado muy satisfecha. En efecto, resultó agradable reconocer en un cuento de Rulfo elementos de la teoría psicoanalítica y de la crítica feminista, dado el hecho de que gran parte de su creación literaria está vinculada al retrato de la sociedad campesina de México, y los temas recurrentes de su obra se han asociado a la crítica latinoamericana más que a cualquier otra. Concluyo, pues, con que he confirmado mi hipótesis, ya que en el cuento se presenta el fenómeno del desplazamiento como mecanismo inconsciente planteado por Freud, y a su vez es posible reconocer los supuestos feministas sobre la lectura y los modelos masculinos de la literatura en la caracterización y tratamiento de los personajes femeninos en la obra.
Bibliografía
Rulfo, Juan. “Anacleto Morones”. El llano en llamas. Barcelona: Planeta, 1953.
Rayne, Michael. Diccionario de teoría crítica y estudios culturales. Buenos Aires: Paidós, 2006.
Freud, Sigmund. La interpretación de los sueños, primera parte. Buenos Aires: Amorrortu, 2001.
Culler, Jonathan. “Leyendo como una mujer”. Sobre la deconstrucción. Madrid: Cátedra, 1998.
Moi, Toril. Teoría literaria feminista. Madrid: Cátedra, 1988.
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