Con pasión se podría
-se puede-
expresar cualquier cosa
y más en estas tierras acostumbradas a las sequías intensas,
a la desaparición de los líquidos durante grandes periodos.
Tierras recias que se abren llamando al agua
y que se deshacen cuando por fin llega de forma torrencial.
Aquí todo es extremo,
o nada o todo,
o la ausencia o la abundancia.
La carencia de las gotas te hace buscar y rebuscar,
guardar el milagroso rocío
y aun con la tierra cuarteada mirar al cielo esperando la lluvia.
Mi sequía particular también se puede expresar de esa forma,
es lo mismo,
es la sed intensa que te hace buscar hasta en las entrañas,
que te guía olfateando palabras por caminos oscuros
donde periódicamente se encienden luces
-a las veredas de los caminos soñados-
señalando el discurrir en este maremagno angosto.
La piel se te desgarra mientras caminas,
seca,
excoriada y abierta de tanto vuelo en caída libre,
espera el labio que le devuelva flexibilidad.
Solo que ese labio es único,
imparable,
anodino como el láudano,
rojo seco
-más seco que mis propios labios resecos-,
desesperante
-o desesperado o expectante-
en la impaciencia
persiguiendo esperas a buchadas,
a caños de agua,
a torrentes que se abren y me arroyan sin dejarme ver,
sin dejarme tentar o catar el insípido sabor de ese chorro.
Chorro que sale a presión,
surtidor desbancante de misceláneas,
curso por la pared vertical,
borde sin filo,
extraño sentir el que me recorre en la ausencia de tus besos,
en la controversia de mi mente partida justo entre razón y pasión,
entre locura o sueño,
entre ojo engarzado o rizo de espuma.
¡Delirio tremebundo!
que me engancha al fácil pasar,
al caminar sosegado sin corte,
sin malas posturas que me dejen huellas de ojeras de insomnio
y abanicos destrozados de tanto lanzar brisas a la figura recortada
y negra a través de un costado que apenas respira
o lanza mensajes de asir aire o lo intenta
o desfallece sin fuerzas contra marea.
Encalada la nueva casa y llena de arriates de flor y verde,
el agua fluye de mi boca en ríos de rojo sabor
-y rojo destino-
y tras mojar las puntas de mis dedos en su tinta carmesí
descubro el caudal sin forma de una cuna,
de un vientre y un pecho arrebatados de sueños coralinos y sabrosos
e intento dibujar sobre tu espalda un mapa,
un sino de puertas hacia mí.
¡Oh! claroscuros pensamientos clavados en tu iris profundo,
los descubres derramados de vino y de deseos,
de besos buscados y fugaz rumor marino.
La ausencia forzosa pasó,
desparraman líquidos saciadores en vasos de plata y de sal
-labrados hasta el interior sin saber quien-
y unen los néctares cambiados en lenguas voluptuosas y volátiles
mientras el agua vuelve llena de sales y de frutas
a la tierra agrietada y abierta.
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