Lo que pedimos es de justicia tener
Dicen que la patria es
Un fusil y una bandera
La patria son mis hermanos
Que están labrando la tierra
Nos preparan a la lucha
En contra de los obreros
Mal rayo me parta a mí
Si ataco a mi compañero
(de una canción española)
—¡Señor capitán! –Alamiro habla, sin asomo exterior de temor- Sólo pedimos lo que es de justicia tener. Queremos más salario por que lo que ganamos no nos permite vivir con dignidad. Usted nos dice que esto es no ser patriota, pero, estando en territorio nacional. Este dinero con el que se nos paga –Saca una ficha de caucho del bolsillo y la levanta- no sirve para comprar nada fuera de esta oficina, es decir, con lo que ganamos no podemos transitar por el territorio. Queremos que se nos cancele con dinero chileno y queremos comprar en donde se nos dé la gana, tal como cualquier habitante de la patria.
Señor Comandante, lo que pedimos no es demasiado. Lo que ha perdido la compañía con la huelga es menor de lo que les cuesta en un año lo que solicitamos. Usted nos habla de la patria y tiene razón, pero, los señores administradores me dicen que deben esperar respuesta de Londres, o sea que, ¡esta compañía no es chilena!
—Señores no he venido a discutir con nadie sino a cumplir las órdenes emanadas del alto mando. En media hora quiero verlo a usted y quienes le secundan en la oficina de la administración, veremos el regreso a las faenas. A usted le conozco, fue soldado conscripto hace unos años atrás. Así que sabe lo que es cumplir órdenes y nuevamente las entrego yo.
¿Que voy a hacer? – El sargento Sanhueza piensa mientras espera órdenes-Este Alamiro está empeñado en su accionar. Se siente dueño de la verdad y se va a dejar matar antes de ceder, ¿y nosotros? ¿Será tan inhumano el capitán que ordenará matar a esta gente que sólo quiere un mejor pasar? en algún momento voy a conversar o tratar de decirle algo al capitán. Araya es paisano y le tengo cariño, no sólo fue recluta, ambos somos de Ovalle. MI viejo anduvo con el padre de Alamiro en las minas y también llevando animales a la Argentina en muchas veranadas. Como Alamiro hay centenas de gente de Ovalle en esta y otras oficinas. ¡Las rechuchas, uno no se puede negar a cumplir órdenes! ¿Qué voy a hacer si me ordenen matar?
Tampoco es huevón el capitán, a ningún soldado le entregó balas de guerra.
—Señor comandante –vuelve a hablar Alamiro- usted tiene la fuerza y puede usarla en contra de nosotros. Iremos a la oficina para ver si hay mejoras de parte de la Oficina. Señor, nosotros vivimos de nuestro trabajo. Nuestras manos es lo único que tenemos y cuando no trabajamos es como tenerlas cortadas.
El capitán trata de mantener la calma. Ve que se enfrenta a alguien que sabe lo que dice y por que lo dice. Entiende que si no ha habido nada de lo que puedan alegar los dueños, ni robos, ni asaltos y ni siquiera se han visto borrachos, es en gran medida por el hombre que se le enfrenta.
—Bien señores, son las nueve y diez, a las once los quiero en la oficina. Sargento ordene el descanso de la tropa y que se ubiquen en sus puestos.
—¡A su orden, mi capitán!
¡Regimiento, a discreción!
Un solo sonido retumbó en los oídos de los mineros.
—¡En columna de tres en fondo, formar!
Los soldados se formaron uno tras otro, tres hileras en menos de treinta segundos.
—¡Atención! ¡Firmes! ¡De frente. Mar!
Tres cabos encabezaron la columna, esta se fue deteniendo cada cierto trecho, dejando soldados apostados. Las ametralladoras fueron emplazadas en cada esquina del campamento.
Alamiro y los delegados se fueron a la sala de reunión, les siguió la población completa. Incluso Efraín y sus amigos antofagastinos se fueron en pos de los dirigentes.
—Ernesto, pensé que no iba a venir, por ello mandé a Lucía por usted, tengo un mueble que se estropeó ¿Será posible que vea si tiene reparación?
—Lo que mande señora.
—Está en la biblioteca, me acompaña.
Blusa gris de seda, falda larga y cabellera suelta. Estela, a pesar de su nerviosismo se ve hermosa, radiante y alegre. En cuando Ernesto entra a la biblioteca ella cierra la puerta.
—Tito, no hay ningún mueble malo, al no verle llegar me preocupé y le mandé buscar. Ambos somos mayores. Lo que ocurrió ayer es algo hecho por dos personas grandes y que sabían lo que hacían. Si estás preocupado que yo vaya a reprimirte por ello, no va a suceder eso. Es algo entre nosotros dos y entre nosotros quedará. Nadie debería saberlo –al menos por ahora- yo no lo comentaré ni con mis amigas. ¿Debo pedir lo mismo?
—No señora Estela, no debe pedir nada porque como usted dice, es de dos y nadie más entra allí.
—¿Seguirás viniendo?
—Siempre que lo pida estaré.
—Gracias, Tito, ¿sabes? No, no lo sabes, te voy a regalar algo.
Estela saca de uno de los bolsillos de su falda un frasquito de perfume y se lo entrega.
—Es perfume del que ayer usaba, no te preocupes, nadie preguntará nada y si llegan a hacerlo diré que lo boté y lo recogiste. Guardalo, significa mucho para mí.
—Pero.
—No digas nada por favor, llévalo contigo, ahora vamos a salir de acá ya van a regresar los hombres. El capitán los reunió para obligarlos a trabajar. Ayer se veía un militar menos bruto que otros. Puso en aprietos a Fernando y Viera. Les pidió un papel escrito con lo que ustedes piden y lo que les han ofrecido, creo que mediará. ¡Llega mi marido!
Salieron de la biblioteca, ni Fernando ni Viera se percataron que estaba Ernesto, si lo vieron, lo pensaron como uno más de los peones a su mando.
Estela camina delante de Tito, se dirigieron hacia el sitio en donde han iniciado la construcción del jardín, allí la dueña se despidió de Ernesto, rozó su mano y con una amplia sonrisa le dijo: ¡Hasta mañana!
—Hasta mañana misia. Si es que estamos vivos.
Alamiro ¿En qué te has metido? –Se pregunta el cabo Angel, también ovallino, realizaron juntos el Servicio militar - tú te fuiste con tu viejo a escarbar los montes y yo a la escuela para hacer carrera de soldado. Eso fue porque se me hacía fácil y también porque es plata segura cada mes, plata que también va en ayuda de mi familia que es como la tuya, compañero. ¿Podré llevar a los soldados contra ustedes? Hoy hubiese preferido seguir tu suerte.
—Fernando. ¿Qué opinas?
—Viera, la verdad es que me pregunto cómo terminar esto y no encuentro repuesta.
—El capitán nos ayudará, es su obligación, pero. ¿Hasta dónde llegará?
—Viera, ese Araya es un peligro. Le he ofrecido plata, cargo, con nada se ha entusiasmado. No lo manda nadie, ni siquiera ese Luis Emilio y menos aún los anarquistas. Creo que cometí un error al autorizar a Ramiro a palomear a los anarquistas, si hubiesen estado hoy, les habría podido hacer cometer alguna tontera. Este Araya, piensa antes de dar cualquier paso, anoche obligó a todos los que tuviesen armas en sus casas a que las escondieran fuera del campamento.
¿Sabrá jugar ajedrez? Sería un contrincante de cuidado. Me hubiese gustado un hijo así, hasta se lo dije. Tengo un plan que espero funcione.
—Cuidado Fernando.
—Francisco –habla Alamiro- necesito reunirme con ustedes.
—Le aviso a José Manuel y a Juvencio.
—Compadre Atanasio. ¿Le pido un favor?
—Al tiro, Alamiro.
—Me voy a reunir con Juvencio, y otros compañeros. Mira, quiero pedirte no dejes que nadie entre. ¿Puedes?
—No te preocupes.
En diez minutos ocho hombres y Julia se reunieron en la casa de Alamiro, en la puerta, Atanasio está parado con un pie en el muro de lata.
—Compañeros –Todos escuchan a Alamiro- la huelga está tomando un giro que no me gusta. Hay que tomar resoluciones que nos ayuden a terminar con un triunfo. Se lo debemos a los que nos han acompañado y a los obreros de otras salitreras. Alguno de ustedes sabe mi opinión, “Si llegamos al diez por ciento, además de lo que han ofrecido hasta ahora, yo estaría por volver a trabajar”.
—Atanasio. ¿Cómo estás? ¿Hay algo de aguardiente de damascos?
—No huevee Ernesto.
En el interior escuchan lo que conversa Tito con Atanasio, los que saben de lo que hablan afuera, sonríen.
—Oye Atanasio ¿Está acá Alamiro?
—Puede ser.
—Oye, mira necesito conversar con él y los otros compañeros.
—Sí, pero Alamiro me dijo que no los moleste nadie. ¿Me entiendes?
Alamiro le hace una seña a Francisco, este sale y le dice a Atanasio que deje entrar a Ernesto.
—¿Qué se cuenta Tito?
—Ya saben, estuve en la casa, la patrona dice que el capitán no se ha portado como esperaban que lo hiciera, que les pidió un escrito con las peticiones y con los ofrecimientos de la compañía.
—Tito – habla la julita- te percatas que era importante haberte liberado de la huelga.
—Si, Julita, ahora me doy cuenta que era correcto, espero que los otros compañeros me entiendan.
—Tito, la asamblea sabe que tienes permiso –le cuenta Alamiro- Que bien hueles Ernesto.
—Si me encontré un frasco con colonia y se lo guardé a la Mireyita.
—Tenís que seguir allá Tito.
—Sí Alamiro, bueno, me voy.
—No compañero, quédese, si usted es parte vital de la huelga. –Sigue hablando Alamiro- decía que hay que tomar resoluciones urgentes. Lo primero es que hay que asegurar la comunicación con Iquique. Luego ver como logramos mantener viva la relación con las otras huelgas y como también que no se corte la solidaridad, sin ella podemos sucumbir. Es posible que el capitán al ver que no regresamos de inmediato a la pega nos cierre la Oficina y no permita que nadie entre o salga. Hay que asegurar el alimento, hay muchos niños y no deben pasar hambre, creo que hay que reducir en algo la cantidad de alimento diario. Con los más baqueanos hay que abrir caminos para las noches. Pienso que algunos delegados debieran salir en el anochecer y tratar de reunirse con las oficinas que no están paralizadas. En media hora tenemos la reunión con el capitán y la administración. Hay que colocar un telegrama a Iquique con el nombre del capitán, que traten de hacer algo con eso, puede ser que sea el último mensaje que pueda enviar el telegrafista, es probable que el capitán se haga cargo del telégrafo.
—Alamiro –Juvencio interviene- hemos conversado un par de veces acerca de estas cosas, algunas medidas ya las hemos tomado, tenemos resuelto el tránsito nocturno entre esta y otras oficinas, Julia va a Iquique a informar de la situación. Allá se está preparando una edición del “Amanecer proletario” informando de la llegada de la tropa, es probable que esta madrugada lleguen los diarios, hay que hacérselo llegar al capitán. Viene con su nombre, grado y regimiento. Trae la noticia de que un hermano de una de las víctimas de la Escuela Santa María disparó contra el asesino Silva Renard.
—Entonces si me permiten, me voy a preparar para la reunión con el comandante Wolfgang.
—Recuerde eso de estirar la soga hasta antes que se corte. –Le habla José Manuel.
A las once en punto, Alamiro y sus dos delegados se presentan en la oficina, ahí esperan el abogado Viera y Fernando Gómez. El capitán llega a las once cinco.
—Señores, ustedes tienen un problema y les insto a resolver sin violencia. Violencia que puedo colocar en cualquier instante pero no lo deseo. Usted Araya, me conoce, sabe que no hablo por hablar.
Señor Gómez, señor Viera, quisiera saber si a lo ya anotado hay más. Araya y ustedes dos, también quiero saber si hay ánimo de acabar con esto para no transformarlo en una desgracia mayor. No me va a temblar la mano para empuñar mi pistola y tampoco la voz para ordenar barrerlos de la faz de la pampa.
—Me permite, señor comandante – Dice Viera, el capitán asiente– Para nosotros la tragedia sería una pérdida; con muchos de los obreros venimos trabajando desde hace años, somos como una gran familia, por eso hemos pensado con el señor Gómez que, manteniendo lo ya ofrecido, queremos dar un reajuste de un siete por ciento.
Alamiro baja la cabeza e imperceptiblemente esboza una sonrisa, luego sube la cabeza y habla.
Señor comandante, señor Viera, Don Fernando, en estos pocos días hemos conversado más que en los últimos cuatro años. Nosotros hemos solicitado un veinte por ciento, un siete es poco. Aún no han establecido con seriedad lo de las fichas, tampoco cuantos meses se va a entregar a los deudos de quienes fallezcan en trabajo, menos se ha hablado de los permisos por enfermedad que imposibilite trabajar. También es importante que se quiten los cepos y se decrete libertad de compra.
Si se resolviese regresar a trabajar, queremos ver por escrito cada una de las cosas alcanzadas y que se establezca que ningún trabajador que haya paralizado se le expulse.
Mi capitán –sabe que la forma con que se dirija al militar es importante- usted me decía que yo conocía de obedecer órdenes y es cierto, pero, hoy no soy soldado y ninguno de mis compañeros lo es. Por ello tenemos que reunirnos y resolver todos la situación. Vemos mejor ánimo de parte de Don Fernando, les solicito revisen sus bolsillos y eleven la oferta, en eso topamos.
—Araya, les doy hasta mañana a esta misma hora para resolver este asunto. Señores, se han escuchado, ahora, resuelvan antes de emplear la fuerza. Hasta mañana señores.
Curiche
Junio 28, 2007
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